Curso de autoestima 098

Curso de autoestima 98

98. La Fuerza te Acompaña. Paso 4º. Ley de Atracción

Autoestima 098- La fuerza te acompaña paso 4º ley de atracción – Curso de autoestima – Podcast en iVoox

Algunas veces vivimos nuestras vidas encadenados,  sin saber que nosotros tenemos la llave.
H. W. Arnold

Hace unos cuantos años, cuando era yo mucho más joven y acababa de llegar a California, conducía mi auto todos los días del Valle de San Fernando, a lo largo del her­moso Cañón Coldwater, hasta Beverly Hills, donde tenía un detestable empleo en las oficinas corporativas de una impor­tante empresa aeroespacial. Me gustaba el recorrido, pero no el trabajo. Sin embargo, no era el momento adecuado en mi vida para «quemar las naves». Durante dos años conduje por el Cañón, busqué cosas que hacer en mi trabajo hasta que me aburrí.

Una hermosa tarde, mientras disfrutaba del recorrido, de vuelta al Valle de San Fernando, al pasar frente a las precio­sas casas de Beverly Hills, dije en voz alta, dirigiéndome al poder que yo entonces pensaba que estaba fuera de mí: «Muy bien, Poder Superior, veamos qué tan bien funcionas. Estoy aburrida con este trabajo y quiero hacer otra cosa. Dame una idea. De hecho, si sólo dame las semillas, yo me encargaré de plantarlas».

Sin darme cuenta, estaba en ese lugar perfecto del senti­miento, donde mi frecuencia era tan alta como una cometa en el aire. Me encantaba el recorrido, disfrutaba del panora­ma, me sentía en paz con el mundo, aunque un poco impa­ciente con mi básico concepto de aquellos días que llamamos el Poder Superior. Mi afirmación era sincera y se lanzó como cohete a las alturas, magnetizada por las elevadas vibraciones de un incipiente «sentirse bien».

Al otro día, camino a mi trabajo, realicé la misma rutina: «Sólo dame las semillas, yo las sembraré». Hice lo mismo durante el regreso a casa. En ese momento no sabía nada sobre vibraciones ni flujo de energía, y desgraciadamente, tampoco sobre mi propio poder, tenía la vieja concepción de que el poder de «allá arriba» y yo aquí abajo, ni pensar que éramos una misma cosa. En lo que a mí se refiere, suponía que ese «jefe de jefes» estaba separado de mí; esa sabia fuer­za de Dios, estaba segura, era lo que conducía mi vida. Todo lo que estaba haciendo era, sin saberlo, enfocándome pode­rosamente en un «quiero» y poniendo a prueba a mi Poder Superior para ver si estaba ahí en realidad, con su mano ex­tendida para ayudar.

Así pues, un día, mientras me dirigía a casa, cuando subía la cuesta que conducía a lo alto de la colina, donde la vista se extasiaba ante la contemplación de un espléndido panorama que parecía perderse en el infinito, la idea me golpea y lo digo literalmente: me golpeó. Sentí como si el cosmos me hubiera dado un latigazo. La idea era formar una compañía editorial de tipo educativo, usando la innovación verdaderamente revo­lucionaria de producir cintas de audio. Era 1965. La mayoría de la gente no había oído hablar de cintas grabadas, y yo no tenía la menor idea de cómo formar una compañía o hacer que las cosas se echaran a andar.

No importaba. Todos los días, al volver a casa y subir la colina, me repetía: «Muy bien, Poder Superior, tú sigue dán­dome las semillas y yo encontraré la forma de sembrarlas.» Y por supuesto, todos los días sin falta, al subir la colina para ir a trabajar, saltaban ideas de mi cabeza, como palomitas de maíz tostadas. Imaginé guías turísticas grabadas en cinta para escuchar en el automóvil mientras se recorrían los parques nacionales, programas de capacitación para vendedores y pro­gramas para estudiantes. Mientras seguía haciéndolo, las ideas parecían envolverme, porque en tanto siguiera ahí y perma­neciera en un lugar de «sentirme bien», mi válvula estaba abier­ta y era fácil alcanzar la inspiración.

La espiral se había iniciado. Cuantas más ideas se me ocu­rrían, más entusiasmado me sentía; y cuanto más emociona­do me sentía, más ideas se me ocurrían. Sin saberlo, estaba en un continuo estremecimiento.

De repente, personas que estaban empapadas en el arte de grabar cintas de audio y formar compañías empezaron apa­recer de la nada: los que sabían de finanzas, los que sabían de leyes, técnicos, mercadólogos, todos levantando sus cabezas de la nada. Era increíble. Finalmente, dejé la compañía aero­espacial para formar «Listener Corporation», y nos converti­mos en una de las empresas pioneras en proporcionar información por medio de las muy novedosas cintas de audio.

Pero pronto se me pasó la emoción, se apoderó de mí el temor de no poder salir adelante sola, y mi manantial de ins­piración se secó como un desierto después de una inundación relámpago. A pesar del creciente renombre que habíamos adquirido se había iniciado la larga espiral del descenso.

Éramos la primera compañía que producía cintas de audio para recorrer en auto los parques nacionales, y todo ello re­sultó un fiasco. Fuimos la primera compañía en producir una revista mensual de negocios, para escucharse en cinta graba­da. Fracasaron todos los proyectos en sólo un año. Fuimos la primera compañía en ofrecer cintas con información de nego­cios para escuchar con audífonos durante los vuelos transcon­tinentales, y también fracasamos. Fuimos también uno de los primeros negocios en ofrecer capacitación de motivación para lograr la excelencia para vendedores, en forma de paquete, a varias industrias. Otro fiasco. La fórmula era sencilla: siem­pre estuvo presente el temor dentro de mí de que esos nego­cios no funcionaran, ¡y así fue!

Finalmente, encontramos nuestro nicho en el mercado, con un programa mucho más específico (y mucho menos agresi­vo): capacitación para profesores de primaria, así como ma­teriales audiovisuales educativos también para educación primaria. Nos volvimos muy conocidos, en verdad respeta­dos, con representantes de ventas que se sentían felices y clien­tes complacidos. Pero con todo eso, apenas lograba ganar lo suficiente para pagar mi hipoteca.

Luchaba, golpeaba, me esforzaba cuanto podía, aplicaba cuantas ideas se me ocurrían. Esparcía por todas partes mis gritos de reto al estilo del Llanero Solitario, y, sin embargo, cuantos más esfuerzos hacía para resolver mi problema, más lento se volvía mi avance. Nuestros nuevos programas estaban recibiendo críticas extraordinarias, de costa a costa, y con buena razón, porque eran increíblemente buenos, ya que había­mos integrado en nuestro equipo a los especialistas más bri­llantes del momento y contábamos con las teorías más inno­vadoras en cuanto al aprendizaje; pero, a pesar de los magní­ficos comentarios que provocaban, ninguno de ellos logró tener las ventas necesarias como para generar buenas ganancias.

Todo lo que yo podía pensar era: «¿Qué más puedo hacer-­hacer-hacer para que las cosas sucedan?». Cuanto más ardua­mente trabajaba, más temerosa me volvía. Y; desde luego, cuanto mayor era mi temor, más resistencia ponía a la energía del bienestar, por lo que atraía ventas cada vez más bajas.

La guía intuitiva había salido volando por la ventana. No había ni el más pequeño resquicio por el que pudiera saltar mi Ser expandido con los fantásticos e incesantes tips que al­guna vez había recibido. Le reclamaba constantemente a ese llamado Poder Superior diciéndole a dónde podía irse, y vi­braba tan lejos de mi conexión con Él, que parecía que no existía. Por mi parte, mi persona era la representación fiel de aquella vieja expresión de «ir de mal en peor». ¡Cuán cierto era esto en mi caso!

Las cosas continuaron así durante trece años, hasta que, exhausta y desconectada en absoluto de cualquier cosa remo­tamente parecida a una fuente de bienestar, vendí la compañía y traté de huir a algún lugar solitario y lejano de la costa, junto al mar. En lugar de ello, llegué directamente a la etapa más triste, más dolorosamente desconectada, de mi vida. Desde ese lugar oscuro me llegó el fuerte deseo de lo que ya no quería y a partir de ese momento empezaron a florecer los años que ha­brían de convertirse en los más fantásticamente bellos de mi vida, mientras empezaba a descubrir a mi Ser expandido.

La única razón por la que estoy narrando esta historia de la-grandeza-a-la-miseria, es porque resulta un ejemplo clási­co de lo sumamente distintos que son los resultados que se logran con la acción inspirada, de los que se obtienen con la acción basada en el temor. Con la primera, zarpamos hacia Felicilandia con muy poco esfuerzo, como lo hice cuando ini­cié la compañía. Con la segunda, podemos luchar, esforzar­nos y trabajar hasta el cansancio, sólo para no llegar a ninguna parte, o quizá aún más abajo.

Inspiración VS. Esfuerzo

La mayoría de nosotros siempre hemos tenido la idea, bue­no, es algo más que una idea, fue la forma en la que nos edu­caron- de que para obtener las cosas que deseamos, debemos igualar el nivel de esos deseos con el esfuerzo personal.

Con otras palabras, si lo único que queremos es un cono de helado, obtenerlo requerirá de un mínimo esfuerzo de nues­tra parte. En cambio, si queremos ser el Director de una Empresa, ten­dremos que llegar a un nivel de esfuerzo personal completamen­te diferente, que requerirá de luchar y esforzarse arduamente, muchas, muchas horas de trabajo, olvidarnos de vacaciones y amigos, etc…. De hecho, siempre hemos creído que acercarnos siquiera a la posibilidad de obtener las cosas más importantes que desea­mos, algo más que los conos de helado, implica tener que «ex­primirse el cerebro» y estar dispuestos a dar todo nuestro esfuerzo físico hasta conseguirlo, o simplemente olvidarse del asunto.

Pero «exprimir nuestro cerebro» significa que estamos usan­do técnicas dignas del Llanero Solitario, con acciones intrépi­das y sin inspiración alguna. Significa que estamos funcionando desde una posición estrictamente física, que presiona. Signi­fica que estamos atorados en los «tienes que» y en los «debe­rías». Significa, en concreto, que estamos tratando de navegar contra corriente, a ciegas, y sin la guía de nuestro propio guía superior. Significa que estamos funcionando con válvulas muy cerradas, lo que provoca el tipo de tensión interna y el flujo de energía negativa que no produce, en lo absoluto, los resul­tados que deseamos.

Pareciera entonces que la forma lógica de dirigirnos hacia donde queremos llegar, o hacer que las cosas sucedan como queremos, es funcionar con inspiración guiada, en lugar de ha­cerlo con las vibraciones negativas del estrés procedente de la conciencia social. ¿Cómo lo podemos hacer? ¿Por dónde em­pezamos? ¿Cómo podemos dejar de lamentarnos?.

Bueno, primero viene la inspiración, las ideas. Surgen cuan­do logras pasar más tiempo en esas altas frecuencias de «sentirt­e bien» (o de «sentirte mejor»), estremeciéndote y conectándote.

A continuación, después de fluir cantidades considerables de energía de «sentirte bien» hacia una o más de esas grandes atrevas ideas, comenzarás a actuar conforme a ellas, pero ahora desde un lugar de bendita inspiración, en lugar de hacerlo a partir de la presión negativa. De esa forma, tus acciones es­tán inspiradas por tus ideas, y todo lo que te llegue proce­derá de un lugar de alta frecuencia.

Precisamente la inspiración de los grandes artistas, sabios y científicos ha provenido de creer en si mismos y en una conexión a algo superior, es fundirse en uno sólo y accesar la Inteligencia Infinita, que no está fuera de nosotros, ¡Somos parte de ella!

Así que, iguau!, algo sensacional empezará a ocurrir si crees en esto y logras la conexión interior que hablamos en el capítulo 91.  Sin importar qué tan complicadas te hayan parecido las ideas, des­cubrirás que todas están insertadas en su lugar exacto y que están avanzando con la facilidad y la tranquilidad con fa que corren las aguas de un arroyo. ¿y por qué no? Tus ideas fueron inspiradas, y ahora también lo están tus acciones, para traer­las a la realidad; todo procedente de tu flujo de energía de alta frecuencia.

Digamos que un día estás saltando de alegría, sintiéndote sensacional porque tienes una idea. Es una idea fantástica, del tipo exacto de las que sabes que funcionarían, si sólo supieras cómo concretarla, o si tuvieras suficiente dinero, sufi­ciente educación…, suficiente apoyo…, o suficiente…

            Sólo hay dos caminos que podrías tomar cuando te caigan encima las toneladas de ideas que te envía tu guía. Puedes decir: «Oh, esto es una locura…, tal vez sea una buena idea, pero…», y cerrar inmediatamente la válvula. O puedes decidir callarte, escuchar y confiar en lo que es­tás logrando.

Si has estado declarando regularmente algunos «quiero» y tu válvula ha estado más abierta que de costumbre, puedes apostar que pronto empezarás a recibir a tu guía, en forma de ideas que te ayudarán a llegar directamente a esos «quie­ro». Si decides seguir adelante con una de esas ideas, y sigues el curso de las actividades que continuarán fluyendo hacia ti como corazonadas -o como concepto-, te pondrás en acción, pero ahora estamos hablando de acciones inspiradas en lu­gar de acciones precipitadas como las del Llanero Solitario; actividades inspiradas que serán divertidas, de técnicas y mé­todos inspirados que te encontrarás realizando con la mayor facilidad, en lugar de luchar y tratar de empujar todo contra­corriente y, además, contra una corriente que es imposible controlar o desviar.

Así que cuando te llegue la inspiración, o una idea para hacer avanzar tu «quiero», empieza a pensar en: «Lo puedo hacer», en lugar de: «Sí, pero…»; y no te preocupes de cómo lograrlo: se te ocurrirá una vez que te relajes y entres en una frecuencia más alta. Recuerda que los instructivos siempre acompañan a la inspiración.

Ahora empezará a fluir tu energía positiva. Lo que toma­ría años a una persona desconectada, tú lo realizarás en unos cuantos meses, orientado por tu completamente jubiloso Ser expandido hacia las actividades más productivas.

El trineo bien lubricado

Justo a la mitad de ese año, después de mucho tiempo en que el negocio de las hipotecas y mi ingreso personal fluían con tal abundancia que casi era cosa de risa, se me ocurrió una idea. Realmente no necesitaba ideas en ese momento, ya que mis «quiero» se estaban realizando con tanta rapidez que casi no tenía tiempo de disfrutarlos. De cualquier modo, tuve una idea que me dejó perpleja.

Se me ocurrió cuando estaba en la regadera, una noche en la que, por alguna razón que no recuerdo, me sentía llena de entusiasmo. Y tengo que confesarles que mi primera reacción fue exclamar en voz alta: «¡Dame un respiro! ¡Debes estar bromeando!».

La idea era hacer un infomercial (un comercial de media hora para televisión), para un producto de autoayuda, suma­mente extenso y complejo, que todavía no había creado, en el que nunca jamás había siquiera pensado, y acerca del cual no tenía ni la más remota idea de cómo y dónde empezar. Todo el concepto era completamente descabellado e ilógico.

En esos momentos yo estaba involucrada en el negocio de las hipote­cas hasta el máximo de mi capacidad, a la mitad del año de mayor prosperidad que había tenido en mi vida y, de pronto, me sentía invadida de ideas para producir un programa de televisión del que no sabía absolutamente nada. ¡Qué locura! Sin mencionar que costaría muchísimo dinero llevarlo a cabo, que requeriría de un enorme talento para coordinarlo, que sería un trabajo de tiempo completo para quien supiera qué de­monios había que hacer, de lo cual por supuesto yo no tenía ni la menor idea (no importaba que ni siquiera hubiera saca­do el producto).

Pero mi válvula estaba abierta; aunque yo no lo entendie­ra, mi frecuencia estaba más alta que nunca. Y hacia donde quiera que mirara, sólo encontraba condiciones positivas, así que las ideas para divertirme seguían llegando, las quisiera yo o no.

A los cuatro meses -¡cuatro meses!- después de que se me ocurrió la idea…, obtuve una cuantiosa cantidad de dinero para pagar la lujosa producción del producto…, y las su­mas requeridas para la producción del programa de televisión de gran categoría…, los suficientes dólares que se necesita­ban para comprar el extenso tiempo de televisión de costa a costa…, al tiempo que yo misma escribía, narraba, actuaba y producía todo, filmando en locación con un gran equipo pro­fesional. ¡Sólo se necesitaron cuatro meses!

Para marzo del año siguiente, ya estaba en el aire promo­viendo Curso de vida 101, el monumental audiovisual que ofre­cía un curso para tomar en casa sobre crecimiento interno, del cual yo era la autora. ¡Asombroso!.  Realizaba el trabajo de una docena de personas: manejaba una empresa y creaba otra, mientras escribía y producía un nuevo programa para televisión muy complicado…, yo sola…, y a una edad más que madura. Para ser franca, la mayor par­te de mis amigos pensaban que me había vuelto loca.

iAh!, pero lo que ellos no sabían era con qué poco esfuerzo estaba materializando todo aquello. No había acciones deses­peradas, ni esfuerzos titánicos, ni lucha constante. Esta vez estaba .conectada. Todo se deslizaba como si fuera arrastrado por un trineo bien lubricado. Las piezas caían en su lugar como por arte de magia. En cuanto me preguntaba cómo haría al­guna cosa, las respuestas me llegaban de la nada. Realizaba fácilmente lo que tenía que hacer. Sin fricciones, sin preocu­paciones y sin la menor duda en el mundo. En realidad, la estaba pasando muy bien.

Desde luego, tenía mucho trabajo, pero era trabajo fácil de hacer porque recibía ayuda constante e inesperada de mi guía. Cualquier problema que surgía se resolvía casi tan pronto como aparecía. Todo -en ambas compañías- marchaba a la per­fección, y yo estaba en la corriente misma de la vida. Nunca cuestionaba una nueva idea o una nueva dirección, pues las indicaciones de cómo hacer las cosas me llegaban siempre inme­diatamente después de la idea. Y en ningún momento me sentí agobiado, ni deprimido.

Espontaneidad se convirtió en mi primer apellido. Dejé de preocuparme por el tiempo. La alta frecuencia magnética que emanaba de mí era tan poderosa, que movilizaba los siguien­tes eventos y circunstancias para que yo pudiera salvar todos los obstáculos de una situación, antes de llegar a la siguiente.

Estaba asombrada por lo que estaba sucediendo; sin embar­go, todo lo que estaba haciendo -sin saberlo siquiera- era fluir la energía positiva de «sentirse bien», y llevar a cabo las ideas inspiradas que me llegaban, como una corriente conti­nua. No se requiere nada más excitante que eso.

Señales, señales, señales

¿Cuántas veces te has dicho a ti mismo: «Tengo un deseo re­pentino (o una corazonada o una sensación en las entrañas) de ir a ese lugar?». Y eso hiciste: fuiste y encontraste que ha­bía estado bien hacerlo. Estabas siguiendo a tu guía. O se te ocurrió la loca idea de probar determinada cosa. Y lo hiciste. Y fue un éxito porque resultó divertido. Estabas siguiendo a tu guía.

Pero no necesitas estar iniciando un nuevo negocio para tener ideas, corazonadas o presentimientos. Así, tu «quiero» puede ser sortear el tráfico del centro de la ciudad para llegar a tiempo a tu oficina, lo mismo que encontrar una nueva pa­reja. Todo lo que tienes que hacer es prestar atención a las señales que harán que eso suceda…, ¡y aprender a confiar en ellas!

Una llamada telefónica inesperada de un viejo amigo, un programa de televisión que normalmente no ves, el deseo re­pentino de leer algo, o de llamar por teléfono a alguien, o de tomar una ruta diferente…, todos son pequeños empujones que te da tu Yo expandido, tu guía interna/externa, para ayu­darte a mantener tu curso en el camino que te llevará a la alegría, aunque sólo se trate de encontrar un buen lugar para estacionarte cuando está lloviendo. Has producido energía de «sentirte bien», combinada con varios «quiero», que a la vez han creado corredores de energía que fluyen hacia un sinnú­mero de remolinos y ahora, cuando entres en ellos acude a tu Guía. Tus impulsos para actuar -para hacer esto, ir a ese lugar, llamar por teléfono- proceden de la actividad magné­tica iniciada por tu energía bien enfocada.

Poco después de que me embarqué en este nuevo camino de creación deliberada, iba rumbo a Pórtland en mi viejo y querido Mercury Monarca modelo 77, un auto que había sido reparado muchas veces, porque era un modelo que me en­cantaba. Un nuevo motor, nuevo esto, nuevo aquello. Pero, debido a su edad, mi mecánico me había recomendado que usara aceite sintético para reducir el desgaste de sus piezas. Eso estaba muy bien, excepto que en ese tiempo los aceites sintéticos no eran nada comunes, y la marca que yo usaba tenía que pedir­se expresamente para que la enviaran a la población donde yo vivía.

Durante mucho tiempo yo no había salido de casa más allá de la tienda de abarrotes, así que el recorrido de dos horas que tenía que hacer para llegar a Pórtland, me resultaba muy atractivo. Puse la música que elevaba mi estado de ánimo y estaba en la cima misma de la alta frecuencia que produce la felicidad, una hora más tarde, fluyendo energía positiva, cuando recordé que no había puesto al auto el aceite que tanto nece­sitaba. Generalmente cargo con dos litros del extraño aceite en mi auto; pero eso se me había olvidado también y la posi­bilidad de encontrar el aceite -que además tenía que mez­clarse con cualquier otro- en ese trecho de tierras de cultivo, en la autopista del sur de Washington, no sólo era remota, sino absolutamente impensable.

Avancé unos cuantos kilómetros más, preguntándome qué podría hacer, cuando sentí el impulso repentino de desviar­me en la siguiente salida. Puesto que en esa época seguía mis corazonadas sin vacilación, me encogí de hombros y me salí de la autopista en cuanto pude para tomar un desolado cami­no local, a no más de un cuarto de kilómetro ge la autopista.

Lo que encontré parecía un viejo pueblo minero abando­nado, un pueblo fantasma, lleno de construcciones ruinosas o semi-derruidas y en condiciones deplorables. Todas esta­ban tapiadas, y tan deterioradas que se veían ladeadas. No se veían señales de vida por ninguna parte, pero, por alguna ra­zón, detuve el automóvil y bajé de él, extrañamente conscien­te de que no estaba cuestionando mi decisión o pensando en cosas como: «¿Qué diablos hago aquí?», sino sólo siguiendo mi corazonada.

Entonces lo ví, y mis ojos no podían creerlo. A unos veinte metros frente a mi auto había otro deteriorado edificio con un letrero apresuradamente pintado a mano, que decía: «Re­facciones para auto». No sé cómo no me había fijado en él al detenerme; pero ahí estaba, exactamente frente a mí. Ato­londrada, entré y pregunté si tenían aceite sintético. Sí, lo tenían, pero sentían mucho que sólo tenían de la marca Blurp, ¡que era exactamente la marca que yo necesitaba! «¡Sí, seño­r, nos quedan los dos últimos litros!».

La cabeza me daba vueltas cuando volví al automóvil. Se­guramente, estaba más emocionada y excitada de lo que pue­den describir las palabras. Seguro que estaba más que feliz de ver cómo funcionaba la Ley de la Atracción, pero, a decir verdad, me sentía atontada. Todo era tan abrumadamente evidente, que era imposible negarlo. Mis vibraciones habían estado en lo más alto. Entonces apareció una necesidad apremiante, pero sin un ápice de resistencia, nada de: «Estoy en ‘problemas. Nunca encontraré por aquí ese aceite, ¿qué voy a hacer?». Con mis vibraciones tan aceleradas, yo había atraí­do en forma instantánea la solución; había recibido instruc­ciones muy claras de mi Yo expandido, en forma de una fuerte corazonada que decidí seguir obedientemente. Pero, caram­ba, ¿hasta qué punto se puede uno volver adivino?

¿Cómo sucedió? ¡Quién sabe! y, después de todo, ¿a quién le importa? Basta con confiar, con actuar de acuerdo con lo que sientes, y las cosas saldrán bien.

Lo importante es tratar de funcionar como un avión al que se le pone el piloto automático, y prestar atención a los im­pulsos. ¡Escucha! Mantente alerta a esas pequeñas sacudi­das que llamamos corazonadas, estate pendiente de las señales, observa y sigue tus impulsos. Si te sientes bien con lo que haces, es que estás obedeciendo a tu guía.

La mayoría de nosotros nos resistimos a creer que las co­sas pueden suceder, a menos que podamos ver de antemano cómo encajarán las piezas. Así que empieza a observar las pistas que se te ofrecen. Observa la forma maravillosa en que las cosas se unen, y verás cómo las partes que faltan toman for­ma y empiezan a colocarse en su lugar como por arte de ma­gia.

Ahora has entrado al extraño mundo de la sincronía; estás conectado a tu fuente original de energía y te dejas llevar por el flujo de ella. Pero nunca lo verás, ni aprenderás de ello, si no te vuelves observador.

Sin vacilaciones

Con la posible excepción de la oración, que es con mucha fre­cuencia una súplica que procede de una válvula más cerrada que abierta, pocos de nosotros aprendimos a introducirnos en lo más profundo de nuestro interior, ya no digamos siquie­ra a escuchar lo que esconde, y mucho menos seguirlo. Pero, ¿seguir qué? Escuchar, ¿a quién? ¡Tonterías! Mejor toma una pastilla. Todo eso es mera imaginación. No tiene sentido. No existen datos intelectuales o  empíricos para apoyarlo.

Me encanta cómo afirmamos que algo no existe, le damos la vuelta y le ponemos nombre. Nos mostramos despectivos ante la «guía divina», pero, de manera curiosa, le damos una amplia gama de nombres, como: corazonada, motivación, pre­sentimiento, intuición, inspiración, impulso, urgencia, pre­monición, deseo o imaginación. Todo esto es resultado de lo que nos indica la guía, el real que te está enviando mensa­jes desde la inteligencia infinita. Tú estás haciendo todo lo que te ofrece este poder, en forma de ideas o direcciones que debes seguir antes de cerrar otra vez la válvula.

La guía es tu alma que habla, Dios que habla, tu ser inter­no que habla, tu Yo expandido que habla, tu acompañante cósmico que habla. Tu guía hace lo necesario para atraer tu atención, y para ayudarte a entrar en tus «quiero», de la misma manera si se trata de un nuevo automóvil que de un nuevo peinado, o de un cabello radiante. Pero para hacer que esto funcione, debes aprender a confiar en lo que estás eligiendo en esa situación.

Una pareja que eran mis clientes en el negocio de las hipo­tecas, y a quienes llamaré George y Sally, se mostraban un poco confundidos cuando llegué a su casa una noche para re­coger su solicitud de préstamo. Cuando les pregunté qué les pasaba, George dijo que él y su esposa acababan de salvarse de una grave carambola de ocho automóviles en la autopista, y que todavía se sentían realmente alterados por la impre­sión, según lo expresó él.

Trabajaban en lugares diferentes, pero se transportaban a sus trabajos juntos. Parece ser que volvían a casa por la autopista, como de costumbre, y George empezaba a mostrarse molesto porque tenían que avanzar con lentitud, de­trás de un camión muy grande, de color rojo y desvencijado; así que decidió cambiar de carril. En forma repentina, y sin saber por qué lo hacía, Sally dijo en ese momento: «¡Mi amor, no hagas eso! ¡Tenemos que salir de la autopista ahora mis­mo!». Hubo la acostumbrada explosión por parte de George  acerca de que aquello era una tontería. Entonces, finalmente, para mantener las cosas en paz, George se desvió hacia la si­guiente salida y tomó varios caminos alternos, en dirección a su casa.

Cuando llegaron, George conectó el noticiario local de la televisión, como lo hacía siempre, y vio el desvencijado ca­mión rojo arriba de una pila de autos chocados, aplastado entre dos automóviles. El accidente había ocurrido en la autopista, a poca distancia del lugar de donde George y Sally se habían desviado. Dos personas habían fallecido en la carambola.

Sally era una mujer bien conectada, que había seguido sin vacilación las instrucciones de su guía. ¿Cuántos de nosotros hubiéramos escuchado, ya no digamos seguido, las instruc­ciones que nos estaba dando esa voz de salirnos del camino?

Es una gran broma cósmica el hecho de que hayamos sido diseñados para ser precisamente eso: para vivir de acuerdo con nuestros sentidos, y no con nuestros cerebros. Sin em­bargo, a lo largo de los siglos hemos aprendido a pensar nues­tras reacciones, en lugar de asentirlas, exactamente al contrario de la forma en la que vive el resto de la naturaleza. Los ani­males y las plantas lo hacen (vivir de acuerdo con sus senti­dos), mientras que nosotros, los cerrados y desconectados seres humanos, nos burlamos de ello.

Pero cuando realmente em­pieces a jugar el juego de «sentirte bien», te aseguro que será todavía mejor que pasar un día completo en Disneylandia. Escucha, y sigue escuchando, y actúa obedeciendo a tu guía sin vacilación.

Así que si tienes docenas de amigos y familiares que te di­cen que tienes que hacer «esto», pero en el fondo de tu ser sientes un profundo impulso de hacer «aquello», siempre, si­gue tu impulso (¡si hacerlo te hace sentir bien!). ¿Por qué? Sólo inténtalo unas cuantas veces y verás por qué. El sistema aplicado por tu guía lo está haciendo todo, sabe cómo llevarte a donde quieres ir, para seguir tu intuición original. Así que date la oportunidad. Conéctate bien y escucha, pues ese Yo ex­pandido sabe lo que está haciendo.

El paso final

Este es el cuarto y último paso en el proceso de diseño creativo.

El primero, como bien recordarás, es identificar lo que No queremos.

El segundo es aclarar y declarar lo que SÍ queremos.

El tercero es colocarse en el lugar del sentimiento donde se encuentran nuestros «quiero». Y           ahora, el cuarto es:

Paso cuatro: espera, escucha, y permite que el universo te lo proporcione.

            Eso significa que no es necesario golpear algo para ponerlo en su lugar, y hacer que suceda. Significa, por el contrario, que debemos sintonizarnos y escuchar a nuestro guía. Asimismo, significa que debemos seguir las instrucciones que recibimos, sin vacilación.

Significa que debemos dejar de averiguar cómo podríamos hacer que nuestro «quiero» se realice, porque no somos quie­nes debemos saber cómo lograrlo. Todo lo que tenemos que hacer es actuar de acuerdo con la inspiración que nos llega de nuestro Yo expandido, mantener abierta nuestra válvula, esperar lo que nuestro «quiero» nos traiga, hacernos a un lado y dejar que el universo haga lo que le corresponde, mante­niéndonos al margen de todo, sin impaciencia, guardando la calma tanto como sea posible. (En ese sentido, trata de con­servar la paciencia, porque perderla significa cerrar la válvu­la, y en el caso de que esté abierta, nuestra energía se enfocará en lo que no ha sucedido.)

El universo es un organizador mejor de lo que tú soñarías serlo nunca, así que dale la oportunidad de que te lo muestre y trata de no estorbar. Tú le has dado una tarea: le has enviado tu energía magnética; ahora, hazte a un lado y permite que se produzca la manifestación.

Pero, ¿dónde diablos está?

Muy bien, estás manteniendo en alto tus frecuencias, te con­servas sintonizado con la estación de tu guía, estás escuchando, recibiendo tUs corazonadas, observando la sincronía de los acon­tecimientos; pero ¿dónde diablos está ese sensacional «quiero»?

«¿Cómo puedo mantenerme contento y entusiasmado res­pecto de algo, si sigo hablando, sintiendo y fluyendo energía, hasta ponerme morado en el intento, sin que nada suceda?».

Si tu «quiero» no ha aparecido en ninguna forma, y en un periodo de tiempo que consideres razonable, simplemente sig­nifica que has estado más en el sentimiento de no tener que en el de tener.

De todos modos, no lo estás haciendo mal; tampoco has perdido el instructivo. El flujo deliberado de energía positiva nos es tan extraño, que con frecuencia parece una tarea im­posible, mientras que los sentimientos de resistencia a los que estamos acostumbrados -y que, por tanto, nunca notamos­ continúan dominando nuestra vida.

Es entonces cuando ha llegado el momento de dejar que las cosas marchen bien -deja que lo hagan- cuando tu «quie­ro» no se ha presentado todavía. Tú sabes que lo hará, pero es perfectamente normal que no lo haya hecho…, por el mo­mento.

La meta final, desde luego, es dejar de estar en un sube y ­baja, con las válvulas abiertas; es decir; cerrar válvulas, abrir válvulas, volverlas a cerrar. Es como decirle a un perro que se vaya y que se quede al mismo tiempo. Todo se atasca y aca­ba por detenerse. ¿Cómo, entonces, puedes controlar tu gran deseo de obtener algo que no se ha presentado aún, o que no ha sucedido?

Ante todo, verifica hacia dónde va tu flujo de energía. N o tiene mucho caso que hagas fluir tu energía hacia alguno de tus «no quiero» y dejes que se manifieste todavía más.

Luego, verifica la intensidad de tu flujo de energía. Cuan­to mayor sea tu excitación, cuanto más ardiente sea tu pa­sión, más rápida será la manifestación. (Pide ayuda a tu guía con esa misma intensidad y la recibirás).

Después, verifica tus repeticiones. ¿Con qué frecuencia te sientes impulsado por tus «quiero»? Si tienes un gran comien­zo y lo mantienes funcionando durante varios minutos, pero después no vuelves a pensar en ello durante mucho tiempo, tal vez logres que suceda algún día (lo cual es muy dudoso). Pero si te muestras constante al pensar y hablar sobre lo que quie­res durante todo un día, aunque sólo lo hagas para ti mismo, si repites y embelleces la historia constantemente, no sólo esta­rás manteniendo la fuerza del impulso, sino aumentándola.

Aunque dieciséis segundos son todo lo que se necesita para impulsar ese tornado que se está formando, si te mantienes bien enfocado y entusiasta sobre tu deseo durante diez o quince minutos todos los días, se realizará ante tus ojos antes de que te des cuenta, siempre y cuando conserves tu enfoque verda­deramente apartado de la idea de carencia.

Hay otro factor presente que puede intervenir para que lo que deseas se haga realidad o no, pero que he dudado en men­cionarlo porque puede convertirse en la excusa perfecta de por qué algo no ha sucedido o no se ha presentado: la oportu­nidad.

Puedes haber estado haciendo fluir energía en gran­des cantidades hacia un tema en particular, con una válvula completamente abierta, llevando a cabo todo lo que tu guía te dice que debes hacer para fluir con la fuerza de una nave espacial, y aun así no tener nada en las manos. ¡Hazlo con oportunidad! Quizá lo que ocurre es que no se ha presentado el mejor momento para que se realice ese «quiero», y eso te esté distrayendo de todo lo demás que deseas.

Como ése podría ser el caso, entonces es mejor que retro­cedas un poco, te relajes y dejes que el universo y tu guía hagan las cosas. La Ley de la Atracción no es inconsistente. El universo te da­rá lo que quieres en el momento oportuno. ¡La clave es -siem­pre- el enfoque!

¿Qué me ha estado molestando?

Ya sabemos que lo único que altera nuestras experiencias es resistirnos a nuestras propias energías elevadas; pero algunas veces el mantenernos en esas energías elevadas puede hacer que sucedan cosas que no siempre son agradables. Lanzarse a una frecuencia más alta es similar a dirigir una manguera ha­cia una vieja banqueta llena de lodo. El pesado chorro de agua arrastra el lodo, y al hacerlo quedan a la vista algunas desagra­dables grietas de la acera. Si no tienes cuidado al lavar la acera con la manguera, es posible que dejes al descubierto algunas grietas que habían estado ocultas.

Esas grietas son nuestra resistencia, nuestra crítica inter­na o nuestros prejuicios, nuestras viejas ideas de lo que es co­rrecto e incorrecto en el ámbito social, nuestra antigua frecuencia baja, que nos dejan sin protección cuando quedan al descu­bierto por frecuencias más altas.

Cuanto más grande es nuestro deseo, mayor es la energía que estamos dirigiendo hacia él, como si fuera el poderoso chorro de agua de la manguera, que descubre un mayor número de grietas. De repente, nos sen­timos inseguros, vulnerables, expuestos a los elementos sin protección, como si lo que había estado oculto hasta entonces surgiera y luchara por sobrevivir. A final de cuentas, lo que había estado oculto morirá, desaparecerá, pero no se dará por vencido fácilmente. Eso puede hacer que algunos tengamos trayectos emocionales llenos de baches.

Pero no te preocupes, hay un camino rápido para salir. En el momento, en que te des cuenta de que te estás sintiendo un poco tembloroso o desubicado, pregúntate a ti mismo: ¿Qué me ha estado molestando?, Y sigue insistiendo hasta hallar la respuesta. La encontrarás.

Mientras lo discutes contigo mismo, cualquiera que haya sido la causa descubierta para que resurgieran esos desagra­dables sentimientos, se mostrará a sí misma en la forma de una vieja creencia, de un viejo temor, de un antiguo «no quie­ro». Una vez que descubras lo que es, te tomará sólo tres minutos al día hablar contigo mismo para convencerte de cómo salir del asunto o cómo reducir el problema al mínimo (recuerda hablar con ternura), habla, habla y habla, hasta lograr que se disipe ese temor, dentro de los siguientes treinta días, junto con la resistencia inconsciente que ha estado impidiendo que se realice tu «quiero».

Pasión es creación

Pasión. Hemos hablado mucho de ella. Es una de esas pala­bras que suenan sensacionales, pero, ¿qué significa?, ¿cómo la obtenemos?, y ¿realmente la necesitamos?

He aquí la clave: ¡pasión es creación!

La satisfacción está muy bien, pero la pasión hace que las cosas sucedan.

La satisfacción es una válvula abierta, un agradable y segu­ro refugio sin enfoques negativos,    un lugar de descanso.

La pasión hace que las cosas sucedan. La pasión es vida. La pa­sión es creación.

La pasión tiene que ver con sentir tu poder. Cuando apa­recen condiciones negativas, por la razón que sea (ya que siem­pre surgirán porque necesitamos el contraste), en lugar de hablar sobre lo difíciles que son las cosas, ahonda un poco más y siente tu poder. No sólo estás conectado a la fuerza del bien­estar: eres esa fuerza. Esa fuerza es vida, esa fuerza es pa­sión, y la pasión es creación.

La pasión proviene de la emoción que provoca tener algo en proceso. La satisfacción, por otra parte, es el resultado de mirar algo que ya se realizó. La satisfacción es energía posi­tiva, cierto, pero no es un combustible y no te llevará a nin­guna parte. No es la energía de la creación.

Si piensas que te falta el más sublime de los sentimientos, la pasión, analiza si todavía estás hablando de un «no quie­ro», o enfocándote en él. No existe algún «no quiero» en el universo que pueda evocar pasión, porque todos los «no quie­ro» provocan energía negativa, válvulas cerradas, gran resis­tencia y más «no quiero».

Así que esa es otra razón para dedicar más tiempo a tus «quiero», pues cuanto más tiempo les dediquen, más apasio­nado te volverás. Y la pasión es creación.

La pasión no significa gritar ¡hurras! como una porrista, o saltar muros como loco. Por supuesto, la pasión tiene diver­sos grados de excitación y entusiasmo, pero lo más importan­te es que es una fuente de conocimiento interno. Es la confianza absoluta de que la vida ya no tiene que traerte de las orejas, y de que el tigre que estás deteniendo por la cola en realidad eres tú mismo.

¿Quieres más pasión? Entonces, ¡déjate llevar por tu ale­gría! Huele más rosas, observa más atardeceres, encuentra más campos que puedas recorrer descalzo, visita más segui­do tus restaurantes favoritos, ríe más, encuentra más luga­res que explorar, más juegos de pelota que ver, más obras de teatro que disfrutar, practica más pasatiempos que te divier­tan, sé más espontáneo, juega más golf, escucha más música, encuentra más lugares para divertirte, sonríe más y diviérte­te. Ahora estás vibrando con la válvula abierta de la pasión. Y la pasión es creación.

Déjalo llegar

¡Yaya, no vas a lograr que me enfrasque en una discusión con­tigo! Todo este asunto de la energía entraña un cambio total de como estamos acostumbrados a vivir y a ser, así que hay que darle tiempo. No te impacientes. Si has leído hasta aquí, hay cambios importantes que están ya en camino.

Algunas veces resultará fácil. La mayor parte del tiempo al principio no lo será, y ésa es la razón por la cual es esencial observar eso que llamamos coincidencias. Son la comproba­ción de que algo está realmente sucediendo, lo que te mantie­ne en actividad.

Principalmente, solo ilumina tu vida. Sé natural. No te de­jes abrumar por el hecho de no ser perfecto. Date golpecitos en la espalda por el esfuerzo. ¡Date crédito por desear tomar el control de tu vida lo más pronto de lo que te imaginas, lo harás!

Si inviertes un poco de tiempo todos los días hablando so­bre cada uno de tus «quiero», sin preocuparte de si se cum­plirán o cuándo lo harán, sin tratar de forzar los cómo de su realización, y permaneces conectado con tu guía y lo obede­ces sin vacilación, esos «quiero» vendrán. Debido al poder que tienes, lo harán.

No estás separado del poder del bienestar infinito. No es­tás separado del poder y de la fuerza de la vida creativa. N o estás separado del poder universal de Todo lo que Es. Ese poder es tuyo, porque el poder eres tú y tu poder, como las leyes di­vinas que lo gobiernan, es absoluto.