Consciencia y disidencia

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Para avanzar hacia ella, la clave es la consciencia, que integra tres capacidades (véase el vocablo “consciencia” en el Diccionario de la Academia de la Lengua): Hacia el interior, la de conocerse a uno mismo, tanto nuestra apariencia pasajera –física, emocional y mental- como la Esencia imperecedera –nuestro auténtico ser-. Hacia el exterior, la de conocer la realidad que nos rodea en sus diversas manifestaciones e implicaciones.

Y ambas han de desplegarse en equilibrio, lo que cristaliza en una tercera y sobresaliente capacidad: la de interactuar con el mundo -del que sabremos sus avatares y trasfondos- sacando lo mejor de nosotros mismos -gracias al reconocimiento de lo que realmente somos-.

Por tanto, para que la consciencia sea tal, hay que trascender cualquier dualidad y unificar lo interior y lo exterior: que la introspección sea acción; y que la acción resplandezca desde la introspección. Y es curioso constatar cuántas personas, que se dicen conscientes, andan cojas por la vida al centrarse monotemáticamente solo en una de las dos primeras capacidades aludidas. Así:

Están, por un lado, las que se interesan exclusivamente por el conocimiento de lo exterior, pero, al carecer de la visión interior, derrapan en la ficción de ansiar cambiar lo exterior desde lo exterior (nos detendremos en ello de inmediato a propósito de las revoluciones).

Y, por otro, las que, influidas por la New Age y el psiquismo, buscan evadirse de lo que ocurre a su alrededor y de las cuestiones terrenales, demasiado menores y de baja estofa, alegan, como para merecer la consideración de los que ya han logrado altos niveles de espiritualidad. Menuda sandez: harían bien en recodar la vida y la obra de los Maestros de todas las épocas y culturas y comprobar hasta qué punto, incluso a costa de dar la propia vida, llegó su compromiso social, su actuar en y sobre el mundo y su aplicación del célebre principio hermético de cómo es arriba es abajo, y viceversa.

Todos esos Maestros fueron rotundos ejemplos de cómo conjugar en armonía las tres capacidades citadas y ejercitar la genuina consciencia. De la cual, atendiendo a los acontecimientos distópicos actuales, brota y florece la disidencia.

Sí, aunque a más de uno le pueda sorprender o, incluso, desagradar, el hondo conocimiento de uno mismo y de la realidad que nos rodea impulsa una interacción, desde el interior con el exterior, fundamentada en la disidencia consciente ante lo que sucede y ante lo que se avecina. Y no es una invitación a la revolución, sino, como se examinará después, a la re-evolución. De esto precisamente se trata en el aquí-ahora que vivimos.

Con relación a la revolución y retomando lo que se acaba de explicar, hay que aprender de la historia y reflexionar sobre cuántos intentos de cambio de lo exterior (entramado político e institucional, economía, sociedad…) desde el exterior (insurrecciones, motines, revueltas, movilizaciones, sublevaciones…), pasado un periodo de efervescencia, nos han adormilado, en vez de despertarnos; nos han debilitado, en lugar de fortalecernos. Y el quid de la cuestión siempre es el mismo: el miedo, que nos hace sumisos. No en balde, los sucesos y contingencias que tienen impacto en la psicología social, por la conmoción y la confusión que los acompañan, provocan el pánico en la mayoría de la gente, que no ha acometido su transformación interior y anda apegada a su pequeño yo perecedero, temeroso por propia naturaleza. A partir de lo cual, el sistema imperante se extiende cada vez más no por sus cualidades o porque sus postulados sean populares, sino por el miedo, pudiendo hacer lo que interesa y beneficia a la élite antes mencionada, aunque perjudique claramente a la colectividad.

En El Gatopardo, la célebre novela de Lampedusa, Tancredo, en plena revolución garibaldiana, datada un siglo antes de que se escribiera la novela, declara a su tío Fabricio la famosa frase: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. Efectivamente, el sistema siempre ha controlado y reorientado a su antojo los intentos de cambiar lo exterior desde el exterior. Y en los últimos lustros, ha perfeccionado enormemente tal habilidad. Tanto que actualmente se ha llegado al extremo que sintetiza Elliot Alderson, el protagonista de la serie Mr. Robot, creada por Sam Esmail, en uno de sus episodios. Como en una red zombi, el miedo se extiende tan rápido como si lo impulsara un viento huracanado; nos engulle vivos, digiere las reivindicaciones y las fagocita en beneficio de los mismos de siempre, que hacen lo que quieren con un rebaño tan dócil y obediente. Envasan las luchas como si fueran un producto; convierten el inconformismo en una propiedad intelectual; imprimen en camisetas y suvenires los eslóganes que aspiraban a ser subversivos; son capaces de televisar los movimientos de contestación social emitiendo, en medio, pausas publicitarias; maquillan los hechos y suben los precios; nos lobotizan con sus espectáculos de realidad virtual; y le dan la vuelta a la resistencia hasta que estemos dispuestos a renunciar a nuestros derechos, a ceder privacidad y libertades a cambio de protección y represión.

Una acción y un estado

Por esto, la disidencia consciente nada tiene ver con la revolución, con la manida, repetida y baldía disidencia dirigida a confrontar o luchar contra lo viejo; a combatir y pelear contra este sistema que ya no da más de sí, agotado, exhausto, anquilosado, colapsado, sin otros efectos y resultados posibles que más dolor y sufrimiento para la humanidad y el conjunto de los reinos y especies que conviven en la Madre Tierra.

Tampoco con la que se enreda en diatribas políticas –ismos, pugnas ideológicas, partidos, alternativas programáticas…- e ilusamente persigue reformar o rehabilitar una casa que es una ruina y se derrumba irreversiblemente, causando con su caída tanto daño en su entorno. ¿No estás harto ya de perder el tiempo y las fuerzas en menesteres tan estériles y frustrantes?

A lo que aquí nos referimos es a una disidencia válida para avanzar por derroteros más fructíferos y que sirva, acudiendo de nuevo al Diccionario de la Academia de la Lengua, tanto para “disentir”, no ajustándonos al parecer y sentir que nos pretenden imponer, como para “disidir”, separándonos de la común doctrina, creencia o conducta, esto es, del uniformismo en el estilo de vida, de la robotización del pensamiento y del vaciamiento espiritual.

Una disidencia así no se enfoca contra nadie ni contra nada. Conlleva, desde luego, no ya un distanciamiento, sino una íntegra desconexión de todo aquello que ha derivado en tanta deshumanización y desnaturalización. Pero sin entrar en conflictos ni enfrentamientos con ello. Simplemente, se deja que lo caduco prosiga su auto-derrumbamiento; y se buscan y generan espacios, vías, experiencias y pautas vitales que contribuyan a construir lo nuevo. Esta es nuestra única y gran responsabilidad. 

Por tanto, la disidencia consciente es, a la par, una acción y un estado: claro que se manifiesta en actos, como se verá de inmediato, pues por sus obras los conoceréis (Evangelio de Mateo, 7, 20); más se configura especialmente como un modo de vida interior, una visión exterior y un firme compromiso con ambos, asumiendo las consecuencias -físicas, materiales y espirituales- de tan íntima elección.

Por Emilio Carrillo. Sevilla (Andalucía), 26 de abril de 2020

Emilio Carrillo
Emilio Carrillo