Curso de autoestima 103

Curso de autoestima 103

103. 30 Días para Implementar La Ley de Atracción

Autoestima 103 – 30 Días para implementar la ley de atracción – Curso de autoestima – Podcast en iVoox

«Dios no te hubiera dado la capacidad de soñar sin darte  también la posibilidad de convertir tus sueños en realidad.»

-Hector Tassinari

Cuando encuentro una cura milagrosa en treinta días en alguno de los libros que suelo comprar, generalmente lo descarto en ese mismo instante. No soy partidaria de los pla­nes de treinta días. Sin embargo con el éxtasis del maravilloso poder de la Ley de Atracción, era evidente que necesitaba un plan para realizar tantos cambios que debía hacer en mi vida, pensé que si lo dejaba sin un objetivo límite de tiempo, pasarían semanas y quizá meses envuelto en el querer cambiar. Dicho esto, tengo que confesar, que aun­que esos treinta días increíbles dieron un giro completo a mi vida al comprobar que el cambio es posible, los primeros diez fueron una pesadilla.

De hecho, trabajar durante esos días fue «, la cosa más difícil que he llevado a cabo, desde dejar de beber, dejar de fumar, hasta terminar con alguien, pero los resultados fueron asombrosos y aún más que asom­bros, o de lo contrario no habría continuado. Nunca había ima­ginado siquiera la posibilidad de vivir una vida sin algún grado de preocupación, para no mencionar un estrés excesivo, o un verdadero pánico. Y sin embargo, eso era precisamente lo que estaba sucediendo. Estaba aprendiendo a vivir sin preocupa­ciones. Era maravilloso. Parecía haber encontrado una for­ma de vivir en un estado completamente opuesto al que yo creía que era el normal.

            Aunque ahora pongo en práctica los cuatro pasos de la creación reflexiva casi todos los días, para cosas tan simples como pedir encontrar un lugar de estacionamiento cerca de la puerta, si no hubiera sido por este progra­ma de introducción de treinta días que yo mismo diseñé, dudo que hubiera continuado, el problema no es el concepto de la Ley de Atracción, el problema somos nosotros acostumbrados a vivir con nuestras viejas creencias, aunque nos hagan sufrir. Mi adicción a la emoción negativa estaba demasiado interiorizada en mí, era ya una forma de vida como para renunciar a ella en un abrir y cerrar de ojos. No habría sabido cómo empezar o cómo seguir, sin importar qué tan gran­diosa considerara esta enseñanza.

Esos primeros treinta días me proporcionaron un comien­zo tan importante para aprender a asumir y a controlar mi flujo de energía, que habría podido destruir cualquier temor que hubiera tenido alguna vez conocido o desconocido y hacerlo desaparecer de mi vida. Por supuesto, no busco lograr una vida de súper héroe de los comics, simplemente disfrutar de la vida y dar gracias por ello. Todavía se me complica un poco hablar a mi favor en situa­ciones íntimas, así que sólo lo hago cuando sé que mi válvula está abierta y entonces me resulta muy fácil. Algunas veces cierro mis puertas con llave, si eso me hace sentir mejor en días en los que mi ánimo anda bajo. Pero el temor de que va­yan a entrar en mi casa a robarme no existe.

¿Y el dinero? Ahora está cayendo en cascada, con facili­dad, y desde hace algún tiempo; pero aprendí, al principio de mi programa, que el dinero vendría y se quedaría, o se iría, en proporción directa a mi flujo de energía. Si no había esta­do entrando dinero, yo sabría que mi válvula estaba cerrada por la preocupación y el temor. Cuando el dinero era más abundante, sabía que mi válvula se había abierto un poco. Cuando el dinero no llegaba, tenía que trabajar mucho más en lo que yo llamo «cambio rápido», que consiste en alterar con rapi­dez nuestra energía y transformarla de negativa a positiva.

Pasar rápido de sentirme mal (energía de baja frecuencia) a sentirme bien (energía de alta frecuencia). Tenía que encontrar formas de salir del hábito de preocupa­ción en el que me hallaba inmersa y abrir esa válvula. Así, pues, mientras mantuviera mi válvula aunque fuera un poco más abierta que cerrada, el dinero llegaría, pero sólo en pro­porción a cuánta energía de «sentirme bien» fuera capaz de generar.

Obviamente, de cuando en cuando caigo en el enfoque ne­gativo, pero sólo por poco tiempo: unos pocos minutos, un par de horas, algunas veces hasta un día o dos si realmente quie­ro sentirme como en los viejos tiempos. Pero entonces, cuan­do he tenido suficiente, doy un giro completo yo misma. Ya no estoy dispuesta a sacrificar todos mis «quiero», mis sue­ños y mi bienestar por la aceptación de los sentimientos ne­gativos sobre algún estúpido suceso negativo. Y ya no me lanzo, como el Llanero Solitario, contra condiciones no deseadas, para tratar de arreglarlas. En verdad, los perros viejos seguramente pueden aprender nuevos trucos.

            Pero, perro viejo, perro joven, o algo de los dos, no hay una sola razón bajo el sol, ni una sola excusa en todo el universo, por la que tú no puedas hacer eso también, si quieres. Una vida llena de libertad te está esperando, más allá de cualquier capacidad que yo pueda describir; una libertad enorme, que sólo puedes conocer dentro del propio placer de vivirla.

Estoy hablando de la total libertad personal: libre de abu­rrimiento o monotonía, libre de la necesidad de probarte o justificarte, libre de la necesidad de necesitar, libre también de la ansiedad y de todo aquello que te aprisiona, así como de los «deberías» de la vida que tan tercamente hemos colocado sobre nosotros. Hablo de la libertad de existir tal como deseamos, de la libertad de adquirir, de ser audaz, de prosperar y hasta de mayor libertad aún, si eso es nuestro un deseo.

Estoy hablando de crear tu propia utopía, no el año próxi­mo, no la próxima década, sino ahora.

Ahí es a donde me llevaron esos primeros treinta días, aun­que no de un solo golpe. Este proceso siempre está en progreso, y lo estará, mientras yo esté en este cuerpo. Algunos días son mejores que otros, pero todos los días tienen más alegría perma­nente de la que nunca pensé que fuera posible, porque tengo las claves para que así sea. Usarlas o no, es mi elección, pero una cosa es cierta: ya no tengo más excusas en las cuales apoyarme.

No obstante, debo advertirte que si te decides a entregar­te plenamente a este cambio de treinta días, tal vez tengas que enfrentarte a una batalla mayor con tus temores. Los viejos hábitos son difíciles de vencer, y a tus temores no les gustará que estés pensando en cortarlos y desecharlos. Francamen­te, a ti tampoco. Sin embargo, toda nuestra batalla es en con­tra de los hábitos. Eso es todo, con nuestros cómodos viejos hábitos.

Nuestra necesidad de necesitar

Este incansable hábito que tenemos de pensar negativamente constituye una parte tan importante de lo que definimos como «normal», que la mayoría de nosotros no sabríamos quiénes somos, sin él. Perderíamos nuestro apoyo, porque vivir en esa vibración es lo mismo que estar enganchados en las drogas: una vez que se cae en ellas, la vida no puede continuar sin arre­glarla.

Hace poco, hablando sobre la Ley de la Atracción y la crea­ción reflexiva ante un grupo muy numeroso de integrantes de Alcohólicos Anónimos, encontré una fascinante contradicción. Por una par­te estaba una fácil aceptación de los principios de la Ley de Atracción, hasta un grado de excitación. Sin embargo, por la otra había un evidente te­mor de «soltar» la necesidad de necesitar. Una muchacha dijo: «Creo que lo que dice es maravilloso, pero ha pasado por alto una cosa: yo necesito seguir viniendo a estas reuniones para mi propio crecimiento. Necesito a esta gente, o me hundiría otra vez. Yo no tenía mi válvula abierta cuando llegué aquí hace seis años, y estas personas me ayu­daron a abrirla. Si me fuera ahora…, bueno, me daría miedo hacerlo. Me daría miedo quedar únicamente a mis expensas de ese modo».

Su válvula no estaba abierta. La adicción de esta mucha­cha al temor se había convertido en una necesidad. Largo tiempo atrás, ese mismo temor se había convertido en su «propia curación». Sentía que se quedaría sin las muletas en las que se apoyaba, si alguien se atrevía siquiera a sugerir que podía enterrar sus temores para siempre, si sólo encontraba for­mas de sentirse mejor. Incluso abordar el tema le resultaba francamente aterrador. El temor era su identidad, su «cobijita» de seguridad, y no estaba sola, esa reacción era idéntica en muchos otros miembros: «Déme las claves de la felicidad, pero no se atreva a quitarme mis inseguridades, o me sentiré des­nuda y vulnerable.» Nuestra siempre presente necesidad de necesitar.

Por otra parte, existe de manera generalizada el concepto erróneo que tenemos muchos de nosotros de que, antes de que pueda haber una recuperación confiable de cualquier adicción o desorden emocional, debemos desenterrar toda la dolorosa basura que alojamos en nuestro interior durante nuestros pri­meros años de vida. Otra persona dijo: «No veo cómo se puede usted sentir mejor sin regurgitar (¡sus palabras exactas!). (alusión al regreso a la boca de alimentos ya deglutidos pero no digeridos provenientes del esófago). Todo ese horror por el que tuvimos que pasar mientras crecíamos». Un hábito de pensamiento negativo, convertido en necesidad.

Nuestra necesidad de dolor emocional para sentirnos vi­vos, o cuando menos levemente incómodos, es la mayor adicción que ha conocido nunca la humanidad. Desde luego, muy pro­bablemente jamás dejaremos de tener reacciones negativas, porque el contraste es precisamente lo que significa ser cria­turas físicas; pero, sin duda, podemos aprender a permitir en nuestras vidas el contraste, nuestros gustos y aversiones, sin tener que sentir y fluir con tanta negatividad.

Tres meses delirantes

Pero yo no había aprendido nada de eso todavía. Así que cuando las tasas de interés subieron, y mi negocio de las hipotecas prácticamente desapareció, me volví totalmente loco. Los prés­tamos fueron suspendidos de la noche a la mañana. Y de la noche a la mañana también, yo cambié de positivo a negati­vo, culpando a las situaciones externas -el maldito merca­do- de mi estado de ánimo y de mi condición mental. Pasé de: «¡Hombre, esto está sensacional!» a: «Dios, ¿qué hago ahora?».

Con mi enfoque puesto en el mercado en declive y mi cuenta de banco que también declinaba rápidamente, volví ansiosa­mente la mirada a mi infomercial, que estaba casi listo para entrar al aire. Seguramente me sacaría de mi lío financiero. Seguramente me salvaría. Seguramente este notable programa tendría la suficiente demanda, como para garantizar que esta aventura -y yo- prosperáramos.

Como había sucedido la mayor parte de mi vida, mi adicción a los problemas una vez más se convirtió en mi «cobijita» de seguridad. El único lugar en el que me sentía seguro era envuelto en las familiares vibraciones negativas. Traté de re­gresar al estado de estremecimiento que había aprendido a manejar, pero estaba demasiado inquieto y éste se apagó rápidamente. Ni una sola vez escribí otro guión; no sabía que podía hacerlo. Todo lo que hice fue perder horas de sueño, beber mucho café, gritar a los perros y sentirme más y más aterrada por las impresionantes cantidades de dinero que había gastado, junto con las no menos considerables sumas de di­nero que no estaban llegando.

Entonces, llegaron los:» ¿Qué tal si…?» ¿Qué tal si el infomer­cial no funcionaba? ¿Qué tal si había gastado el equivalente al ingreso de cinco años y no recibía suficientes pedidos para con­ vez estaba creando una espiral poderosamente cargada, muy magnética y muy negativa, que crecía con cada segundo que pasaba, con cada pensamiento temeroso que proyectaba. Se­guía tratando de creer que las cosas no habrían marchado tan bien como el año anterior, en el que había ganado tanto dinero mientras producía el programa y la serie, si el programa no hubiera estado «destinado a» ser un éxito. iSí, si…!

El comercial de media hora salió al aire durante un largo fin de semana en veinte diferentes mercados, de Hawaii a Nueva York y todos los puntos intermedios. No tengo que decir lo que pasó. No había un «quiero» en el Universo que hubiera podido atravesar las gruesas vibraciones de mis «no quiero»’, que suplicaban: «No quiero que esto falle; ¡oh, por favor, no quiero que esto también falle!». Mi válvula estaba completa­mente cerrada. La puerta a mi juguetería estaba cerrada, con candados, y mi resistencia a lo que se pareciera siquiera re­motamente al bienestar, era más grande que la Vía Láctea.

Las proporciones del desastre me sumieron más profundamente que nunca en la inseguridad y el temor. Durante tres desesperados meses, di vueltas corriendo de un lado a otro como un pollo al que le hubieran cortado la cabeza, actuando al estilo del Llane­ro Solitario, con mi válvula completamente cerrada, tratan­do desesperadamente de generar algo de dinero, mientras seguía enfocada constantemente en un largo tren de cosas indeseadas. Ni una sola vez dejé de culpar a (y de sentir ansiedad por­) las condiciones de la economía. ¡A todas ellas!: al mercado, a la falta de aho­rros, a la falta de ingresos, al desastre de la televisión y a las deudas de producción pendientes. No me gustaba lo que veía. ¡N o necesito decir que cuanto más atención ponía en lo que miraba, más recibía de lo mismo!

Finalmente, en respuesta a mis gritos de angustia pidien­do socorro, supongo que el universo se compadeció y envió un poco de ayuda sobre la base de: «¡Tómalo o déjalo!». No fue­ron grandes cantidades de dinero (ni un solo centavo), no fueron nuevas ideas, ni siquiera gente que me ayudara, sólo algunas enseñanzas. Fue cuando Los principios de la Ley de la Atracción llegaron a mí, sin ceremonia alguna y en la peor de mis circunstancias.

Introducción a los comienzos

Aunque estaba muy entusiasmada con las nuevas enseñanzas, lanzarme de lleno a los cuatro pasos de la Ley de la Atracción, al principio me habría sido imposible. Estaba demasiado sumergida en el temor. Con dieciocho horas al día de ansiedad siempre creciente, estaba tan inmersa en un enfoque, pensa­mientos y vibraciones negativos, que sin un programa de im­pulso, sé que me habría dado por vencida antes de empezar. Así que me dije: «Muy bien, esto no debe ser tan difícil, sólo tengo que encontrar la forma de dejar de pensar en lo que me pone tensa. No es gran cosa. Dejo de pensar en ello durante treinta días, y entonces sí, puedo ocuparme del resto de los cuatro pasos».

¡Iluso! La mía era una meta muy grande. Pero con una mo­tivación que provenía de querer estar en la cumbre de nuevo, y no tener nada más hacia dónde volverme, me lancé y me negué a darme por vencido. Si realmente deseas embarcarte en este maravilloso viaje de convertirte en un creador reflexivo, que fue a lo que vinis­te a este mundo, te invito a que, con fuerza y urgencia, te lan­ces a experimentar esos treinta días antes de probar cualquier otra cosa. Si te decides, esos treinta días te permitirán iden­tificar qué tan profundos son tus hábitos negativos y te da­rán un valioso punto de partida desde el cual volar. Cuando menos, así fue para mí. Tenía que establecer dónde estaba, antes de planear el camino a seguir. ¡Oh, y vaya que encontré dónde estaba!

Así que ese fue mi inicio. Mi propio afán -aunque total­mente ingenuo- empezó a sacudir los grilletes de vibracio­nes negativas a los que había estado encadenada durante tantas décadas, sin siquiera saberlo. Este es el programa de treinta días que diseñé, precisamente el mismo día que recibí el material de la Ley de la Atracción. Te voy a explicar, tomándolo direc­tamente de mi diario, cómo funcionó para mí y qué podrías esperar si decides seguirlo.

Existen sólo dos pasos en mi programa de introducción:

1. Retira tu enfoque de cualquier cosa importante que en estos momentos te esté causando algún temor serio (preocu­pación, inquietud, ansiedad, estrés, etcétera) y ¡MANTÉNLO FUERA!

Ten en cuenta que no dije que quitaras tu enfoque de to­das las cosas negativas, sino sólo de las cosas apremiantes del momento, ¡porque son más fáciles de descubrir y de sentir! Son cosas siempre importantes; se trata de «no quiero» de algún tipo, que te están provocando tensión. Si pensar en tu cuenta de banco yacía te pone tenso, deja de pensar en ella ahora mismo y continúa con el paso número dos inmediatamente. Si pensar en tu divorcio genera esa sensa­ción de hundimiento en la boca del estómago, deja de pensar en eso ahora mismo y cambia de conexión tan rápidamente como te sea posible. Si pensar en que ya se acerca tu examen profesional te pone nervioso, deja de pensar en eso ahora mis­mo y cambia tan rápidamente como puedas.

En mis primeros treinta días no hablé conmigo misma, ni escribí nuevos libretos; eso me resultaba muy complicado al principio. Sin embargo, si quieres, tranquilízate a ti mismo en voz alta, o escribe un nuevo guión y realízalo. Sólo recuer­da que en esos primeros treinta días es muy importante te­ner un tema a tu disposición inmediata hacia el cual puedas cambiar tus vibraciones rápidamente. Ésa fue la única forma que encontré de empezar a vencer a mi insidioso hábito de lo «negativo”.

2. Establece un tema de cambio rápido para cada día, y en­cuentra algo nuevo que apreciar en ti mismo.

El tema para cambio rápido lo puedes elegir día con día. Tenlo listo de antemano para que lo uses en cuanto descu­bras que te sientes ansioso, un poco decaído o más o menos desalentado. Es un tema que habrás elegido previamente para tenerlo a la mano, y para que no tengas que buscar desespe­radamente en qué pensar para abrir tu válvula. No pienses que encontrar algo que puedas apreciar por ti mismo es «coser y cantar».

Créeme que es difícil. Sin importar cuál pueda ser nuestra posición en la vida, la mayor parte de nosotros sentimos tanta aversión a reconocer nuestros pro­pios atributos y talentos, que sólo pensar que tenemos que encontrar uno distinto para cada uno de los treinta días puede ser realmente inquietante. Afortunadamente, es justo esa

aversión lo que hace tan valioso este ejercicio porque el proceso de sacar a la superficie un nuevo tema cada día, junto con el considerable esfuerzo necesario para mantenernos en­focados en ese asunto, o nos absorbe de tal modo mientras re­funfuñamos por eso, que a final de cuentas nos olvidamos de nuestras preocupaciones externas.

Así que, ¿qué es lo que hay que apreciar? Bueno, ¿qué te parece tu cabello, lo limpio de tus uñas, tu voz para cantar, tu habilidad con los números, tu amor a los pájaros, o tu cuerpo sensacional, tu capacidad como líder, tu talento para la ac­tuación, tus fuertes manos, lo fantástico que eres con tus hijos, tu eficiencia para un deporte, tu puesto de trabajo en la compañía, o tu habilidad como vendedor?

Aun cuando creas que no puedes encontrar treinta cosas que puedas apreciar de ti mismo, encuéntralas, de cualquier manera. Entonces, cuando alguna preocupación habitual se entrometa en tu día y te sorprendas a ti mismo en ese hipnó­tico estado de enfocarte -al parecer irremediablemente- en lo que te preocupa, tendrás algo aleteando en espera, para con­trarrestarlo de inmediato. Cambia la conexión instantáneamente a tu tema del día.

Ahora bien, esto es importante: permanece con el tema de apreciación que hayas seleccionado para ese día, sin impor­tar lo absurdo que pueda parecerte. En otras palabras, no saltes de un lado a otro con tu tema diario de autovaloración, sólo porque te hace sentir tonto, o porque te gustaría haber en­contrado algo mejor. Con la ayuda siempre presente de tu guía, o. lo escogiste por alguna razón, así que será tuyo durante vein­ticuatro horas. ¡Consérvalo!

Así, pues, piensa en tu tema de valoración del día, cuando no sientas temor. Piensa en él cualquier minuto del día en el que recuerdes hacerlo. Ese tipo de enfoque de vibración alta y concentrada, contribuirá a romper tu vibración de preocu­pación más rápidamente de lo que te puedas imaginar.

Los primeros diez días

A continuación presento todo lo que era mi programa:

            1. mantener mi atención alejada de cualquier cosa que me causara preocupación (lo cual se refería en su mayor parte a las finanzas) y,

2. en su lugar, situar al instante -cambio rápido-lo que tenía preparado para apreciar de mí mismo ese día.

  Sin embargo, durante los primeros tres días no había desarro­llado el proceso de cambio rápido y fueron terriblemente difíciles. Estaba atrapado en la profundidad y duración de mis periodos de atención negativa. Encontré que caía en la pre­ocupación en un abrir y cerrar de ojos. Estaba constantemen­te tenso. No entraba dinero y, en cambio, salía mucho. Son momentos que te pasa por la mente pensamientos que te dicen ¿será verdad todo esto?, y ¿si son puras palabrerías?. Me parece crítico el proceso de tener fé en estas circunstancias ya que tienes mucho por ganar y nada por perder, es más si tiras la toalla simplemente es como empezar a cavar el hoyo de tu sepulcro. Tú decides si lo mejor de tu vida ya paso ó esta por venir.

Mis anuncios no funcionaban, como tampoco mi nuevo vendedor, a quien había contratado por pánico y que tenía más carencias que yo mismo (obvio). Traté de imaginar lo que quería, pero continuaron llegando los «no quiero», así que no cambié esa rutina hasta que fui más consciente de lo que estaba haciendo.

Parecía que ese constante tono de preocupación nunca se iría, ni siquiera cuando sonreía a la gente o hablaba alegre­mente por teléfono. Colgaba el teléfono e inmediatamente me preguntaba de dónde llegaría el siguiente préstamo; enton­ces comprendía lo que estaba haciendo y trataba desespera­damente de encontrar algo -cualquier cosa- en la cual pensar. Como eso no funcionaba, me sentía realmente abatido.

Las horas pasaron muy lentamente durante esos prime­ros tres días. Me sorprende cuántas veces en el día me enfo­caba en mis carencias, un hábito del cual me era muy difícil liberarme puesto que apenas unos meses antes el dinero caía sobre mí como si fueran las Cataratas del Niágara. Pero aho­ra tenía la clave, así que, de algún modo, encontraría la ma­nera de usarla adecuadamente.

Para el día tres, había descubierto que probablemente el 97 por ciento de mis días estaban dedicados a la preocupa­ción, la angustia, la ansiedad y el temor. Tomar conciencia de eso me deprimió completamente y después me enfureció, lo cual seguramente no me ayudó. No tenía idea de que me había estado preocupando en forma tan rutinaria, y sin darme cuenta. Hablar conmigo mismo era inútil y escribir un nuevo guión era imposible, dado mi esquema mental. Fue entonces cuan­do supe que tenía que encontrar algo que estuviera ya listo para conectarme con un enfoque fácil y agradable, con una buena y alta vibración. Gracias a mi guía seleccioné la autovaloración, pensando que con esa herramienta me sería muy fácil alcanzar lo que me proponía. ¡Oh, claro! No sólo fue más difícil de lo que había anticipado, sino que descubrí que la parte más complicada era permanecer ahí una vez que había llegado. Sin embargo, todo ello me llevó a que decidie­ra continuar.

De cualquier modo, la autovaloración fue lo que escogí e instantáneamente encontré que cambiar de negativo a posi­tivo me resultaba más fácil así. Ahora tenía algo concreto en que enfocarme, aunque estaba encontrando difícil seeentir dicha valoración, en comparación con simplemente pensar en ella…, seeentirla con una intensidad que despertara en mí el estre­mecimiento, aunque el tema del día no fuera nada más que mi mascota. Algunas veces tenía que salir a caminar, alejarme del ambiente de la oficina, y ponerme de pie bajo un árbol, hasta que po­día conseguir de repente una sonrisa exterior que me llevara a esa gentil sonrisa interior, donde podía imponer con sentimien­to el tipo de apreciación que correspondía a ese día.

Para el día cinco, comprendí que las cosas empezaban a cambiar. Algo estaba funcionando -lentamente, pero sí- fun­cionando. Aunque sólo podía llegar a un lugar de sentimien­to realmente elevado durante una cuarta parte del día, el resto de éste transcurría con facilidad, sin ese incesante y sombrío enfoque en la carencia. Durante los primeros diez días, no creí que fuera a lograr­lo, pues cuanto más cambios rápidos hacía, más deprimida me sentía de que esta persona llena de vitalidad (yo) a la que la gente siempre había considerado tan positiva y tan feliz, no fuera más que una aprensiva común y corriente, ¡exacta­mente el tipo de persona que yo mismo solía recomendar a la gente que dejara de ser!

A medida que los días transcurrían, empecé a dudar de po­der llegar alguna vez al momento anhelado, de realmente pa­sar de dieciséis a dieciocho horas sin ningún asomo de ansiedad. Algunas veces me llegué a sentir tan desalentada que habría gritado al universo; me echaba a llorar y metía las manos en los bolsillos para salir malhumorada a caminar, llena de auto­compasión. De hecho, muchas veces durante esos primeros días, la po­sibilidad de aprender a vivir sin esa familiar y hasta recon­fortante vibración de angustia, que había sido mi aliada la ma­yor parte de mi vida, parecía más allá de toda esperanza. Lo que me causaba todavía más angustia era descubrir con des­consuelo que, para empezar, había dentro de mí un gran miedo. Bueno, había vencido otras adicciones y, ¡maldita sea!, ven­cería esto, sin importar lo que requiriera para ello.

El sexto día (no, no voy a recorrer los treinta), sin razón aparente, me hundí en una profunda depresión y me eché a llorar. Me sentía frustrado y enojado y no sabía siquiera por qué. (Posteriormente descubrí que se debía a un cambio químico en mi cuerpo.) Finalmente, salí y fui a sentarme bajo uno de mis árboles favoritos durante un rato, para calmar­me, de modo que pudiera cambiar mi conexión a la valora­ción del día. Pasaron unos cuarenta y cinco minutos antes de que pudiera conectarme, pero lo logré, y para mi deleite, no hubo más sentimientos perturbadores el resto del día.

En la actualidad, si me siento emocionalmente afectado como en esa ocasión, enseguida me pregunto en qué «no quiero» me estoy enfocando, o qué me está molestando, y casi siem­pre encuentro la respuesta con rapidez; hablo conmigo mis­mo para sacarla, para minimizarla y dejo ir las cosas. Pero al comenzar con esa primera «entra­da», a menos que se tratara de algo muy evidente, sólo inten­taba cambiar el sentimiento.

Cuando pasaron aquellos primeros diez días, comencé a darme cuenta de que empezaban a tener lugar cambios drás­ticos. Aquellas sensaciones de presentimiento -surgidas de no sé dónde- que caían sobre mí sin razón aparente a lo lar­go del día, se redujeron de varias docenas a más o menos dos. La abrumadora preponderancia de vibraciones negativas había cesado, y al descubrirlo sentí como si acabara de conquistar el Monte Everest desnudo. ¡Estaba eufórico!

Asimismo, durante esos primeros diez días me percaté de cuán difícil era para mí tener fantasías, querer, desear. Por su­puesto, pensé en las cosas usuales como tener más dinero, dis­trutar más al hacer mi trabajo y cosas así, pero raras veces -si es que alguna- me permitía el placer de acariciar mis más profundos sueños. Si una fantasía cruzaba por mi mente, como mi deseo de toda la vida de tener una segunda casa alejada de la ciudad, a la orilla de un hermoso lago, simplemente suspira­ba y la empujaba hacia lo más profundo de mi interior, para convertirla en un anhelo olvidado. Decidí terminar con esa estupidez y el octavo día salí a cortar leña, una pasión mía muy personal, y empecé a decir en voz alta que: «¡Al diablo con todo!»; que ya era tiempo de sacar del clóset todas esas viejas añoranzas -y cualquier otra cosa que encontrara ahí-, para convertirlas todas en un «quiero» declarado y permitirme sentir la emoción de ello, sin impor­tar cómo.

Y lo hice. Durante una espléndida hora, después de conse­guir estremecerme y entrar un poco en el «sentirme bien», corté leña, hablé con mis perros y conmigo mismo acerca de mi cabaña en el bosque junto al lago. Describí los olores, los árboles, el muelle, la decoración de la cabaña, el brillo del agua en el crepúsculo. La hora se convirtió en segundos. Había cru­zado una barrera completamente impenetrable hasta enton­ces: la barrera de darme a mí mismo. Me había permitido el placer de sumergirme en una fantasía y de convertirla en un «quiero». Había dado vuelta a la página y lo sabía. Desde luego, esa semana había empezado la sincronización. Yo vi «mi lago» en la televisión exactamente al día siguien­te. Lo encontré en un calendario. Lo vi en el anuncio de una revista, como si el universo estuviera diciendo: «¡Te oímos, mujer, sigue…, y será tuyo!». (¡Al escribir esto, ya casi lo es!). Una vez más, estaba emocionado.

El noveno día era otra vez tiempo de pagar cuentas y esta­ba inquieto. ¿Cómo debería sentirme? ¿Podría mantenerme sin temor y alejada del sentimiento de carencia? ¿Podría cambiar rápidamente mi enfoque? Con la firme decisión de prestar atención a mis sentimien­tos, me dirigí a mí escritorio. Por fortuna, el proceso mensual de pagos fue más fácil que de costumbre, aunque aun así, en­contré difícil saltar a -y mantenerlo así- un enfoque de apreciación. Así que me puse a cantar. ¿Por qué no? Cualquier cosa era válida para romper ese viejo hábito, duro de vencer, de temer el décimo día del mes. Funcionó muy bien, pero ter­miné saliendo al campo a disfrutar de la tranquilidad del oca­so y poner a funcionar mi estremecimiento. No hubo más sentimientos negativos el resto de la tarde y en la noche. ¡En mi diario, esta última frase está subrayada!

Sabía que estaba donde debía estar. Las ideas brotaban por todas partes. En forma deliberada, traté de empujarme yo mis­ma hacia un sentimiento negativo ¡y encontré que no podía hacerlo! Pero cuando alguno trataba de introducirse furtiva­mente, sonreía para mí misma como el gato de Cheshire de la película de Alicia en el país de las Maravillas, y me daba una palmadita en la espalda por reconocer el senti­miento, y con un cambio rápido de velocidades ponía el freno de vibraciones.

Finalmente llegó el día, ese día tan largamente esperado, en el que supe que estaba completamente tranquilo en rela­ción a los ingresos (aunque todavÍa no tenía ninguno), hasta el grado de estar sinceramente despreocupada. ¡Dios mío, qué maravilloso sentimiento era ése!

Después de años de hábito, como es de suponer, encontré que todavía tenía que cortar amarras de declaraciones nega­tivas como: «No, lo siento, no puedo ir contigo, estoy pasando por una mala racha, y no tengo suficientes ingresos». Desde luego, me sentía deprimido en cuanto algo así salía de mi boca, pero a partir de ahí, no me tomaba mucho tiempo descubrir lo que había causado el sentimiento (siempre un «no quie­ro») y hacía el cambio rápido para salir de él.

Día a día, todos difíciles, observaba cómo se iba disolvien­do toda una vida de pensamientos negativos inconscientes y de emoción negativa. Estaba venciendo una adicción tan honda, tan arraigada, que ni siquiera sabía que la tenía. Sin duda, cambiar mi enfoque y mis sentimientos no sólo no era impo­sible, sino que estaba sucediendo. Esperé impacientemente a ver los resultados, ¡algo realmente tonto!

De los diez a los treinta días

Los siguientes veinte días fueron una montaña rusa. En los días de optimismo, de fácil estremecimiento, se me ocurrían ideas fantásticas para aumentar sustancialmente mis ingre­sos. Pero en los días de pesimismo, no sólo me deprimía un poco, sino que eran días en que parecía estar en el fondo del Gran Cañón, con un nuevo, extraño y exagerado estado de malhumor. Nadie me había hablado -y tampoco a nadie de los que tratábamos de controlar nuestras energías- de esta desagradable, aunque al parecer muy frecuente, situación que parece presentarse cuando empezamos a atraer más energía de alta frecuencia a nuestro cuerpo.

(Ahora sabemos que estos cambios ocurren porque el cuerpo tiene que adaptarse a los prolongados periodos de vibracio­nes más altas, que a su vez causan un drástico cambio en la constitución química del organismo. Puesto que la emoción -que es negativa y física, a diferencia del sentimiento, que — es positivo y etéreo- es inducida químicamente, los cambios en el estado de ánimo son solamente ajustes químicos que se están presentando. Algunas personas han experimentado estos cambios de humor con bastante profundidad; otras, en cam­bio, lo han hecho sólo moderadamente; pero todas parecen tener algo que decir al respecto. Por fortuna, esto es pasaje­ro. De hecho, puedes sentir que el problema disminuye al cabo de aproximadamente seis semanas y que, casi siempre, des­aparece por completo en tres meses.)

Esta clase de cambios de humor suele aparecer de la nada y darte un golpe en el estómago cuando menos te lo esperas. Francamente, hubo días que fueron tan malos, que yo sólo decía: «¡Al diablo con esto!», y ni siquiera intentaba «dar un salto». Pero al siguiente día, o dos días después, la nube ne­gra se había alejado y regresaba al programa a todo vapor.

Pero, sin importar en qué estado de ánimo me hubiera que­dado el día anterior, había un ritual matutino que creé, que me encantaba y que no dejaba de hacer nunca. Era empezar cada mañana con una amorosa conversación con mi Ser in­terno/Ser expandido: de rodillas, a modo de reverencia ante la vida que soy (y para mantenerme sujeta a un lugar mien­tras lo hacía), bosquejaba mis «quiero» para el día la sema­na, o la década; sólo me detenía lo suficiente en cada “quiero» como para permitir que su tono de sentimiento me reconfortara. Eran momentos reverentes, humorísticos y agudos,»Y los atesoraba como parte de mi programa diseñado. (Noto un vacío, y una falta de dirección, cada vez que dejo ese ritual a un lado, lo cual hago algunas veces con mucha frecuencia.)

En los días elevados, podía conectarme en alta frecuencia en un abrir y cerrar de ojos, y deslizarme con facilidad en el lugar del sentimiento de apreciación que había elegido para ese día. En los días negativos, hacerlo me llevaba un poco más de tiempo; pero lo que más me entusiasmaba era que -estu­viera yo en alta o en baja frecuencia- el temor de cualquier tipo lo estaba dejando cada vez más atrás. Los días bajos no tenían un enfoque específico en un «no quiero», o en el estrés, sino sólo en la monotonía. Había un impulso renovado en mi modo de caminar, una canción en mi corazón y en mis labios, una sonrisa casi constante en mi rostro, una emoción y un asombro ante la vida y la creación, que no había experimentado desde…, desde quién sabe cuándo.

Aunque me había enseñado a mí mismo desde el año ante­rior a sentir estremecimientos sin saber en realidad lo que estaba haciendo, con la caída del mercado había conservado tanto enfoque negativo en las condiciones externas, que des­de entonces me había olvidado de los estremecimientos. Pero los estaba reviviendo de nuevo y me sentía tan emocionado como un jugador novato de fútbol cuando inicia el entre­namiento.

Ahora entendía que «conectarme» significaba, primero que nada, quitar mi atención de los «no quiero». Ya sea que fluye­ra hacia verdaderos «quiero», hacia el objeto de mi aprecia­ción de ese día, o por la simple diversión de hacerlo, comprendí que por fin estaba dejando de producir el flujo de atracción automática. Me estremecía, sentía amor (todavía uno de mis sentimientos elevados favoritos), estaba encantada con la vida y sentía la energía de un gran gozo extenderse por todo mi cuerpo.

En ese momento, ya podía hacer el cambio hacia un «quie­ro» en particular, o hacia mi objetivo del día. Si me descubría pensando sobre de dónde iba a venir el siguiente préstamo, enseguida sentía que me rodeaba esa nube húmeda y pegajo­sa. Comprendía que me estaba enfocando de nuevo en la ca­rencia y me salía lentamente de ella, como si estuviera bailando un vals. Era maravilloso. Y mi nuevo juego de observar esas impetuosas sincronías que empezaban a surgir una vez que formulaba un «quiero», resultaba tan entretenido que se convirtió casi en una obse­sión. Podía decidir, durante un gran estremecimiento, que quería encontrar un nuevo restaurante con vista especial, comida exquisita y camareros encantadores, y en un día o dos, una amiga me llamaba por teléfono, de la «nada», con la su­gerencia de que fuéramos a un lugar así, para conocerlo.

Añadí a mi lista de «quiero» una clase especial de chamarra deportiva para uso rudo que las tiendas aparentemente habían descontinuado, y tres semanas más tarde tuve la idea de ir a una tienda de descuentos muy alejada de mi casa, para com­prar papel de fax. ¡Lotería! Mi chamarra estaba colgada sola, en exhibición, y era ¡la única que había en la tienda!

Aunque yo no como mucha carne, un día sentí un deseo intenso de comer una jugosa hamburguesa; de repente, se me ocurrió ir a una nueva tienda de cómputo y encontré que un nuevo mercado, flamante, acababa de abrirse en la puerta de al Iado con la más deliciosa y fresca carne molida que jamás había probado. Una y otra vez constaté que vivir en frecuen­cias más altas realmente estaba funcionando. Era como si el Universo me complaciera con la canción que quería.

Mi promedio mensual, que solía ser de 30/30 (treinta días de cada treinta días con preocupación), se había vuelto ahora más como 17/0/13 (diecisiete arriba, cero con temor o ansie­dad real y trece en un extraño ánimo bajo), un gran adelanto de todos modos.

Pero mi ansiedad por obtener rápidamente las recompen­sas me estaba agotando. Cuando vuelvo la vista atrás, puedo ver que en la etapa inicial de dos semanas estaba buscando los resultados en forma de dólares, lo cual era algo realmente tonto, puesto que todo lo que mi actitud lograba era mante­ner mi enfoque en lo que no había.

Finalmente llegó el Día Treinta. ¿Dónde estaba mi desbor­dante cuenta bancaria? ¿Por qué no recibía incesantes llamadas telefónicas para comunicarme que tenía algún préstamo que me sacaría de apuros? ¿Por qué tomaba tanto tiempo llevar a cabo mis nuevas ideas? Ahí estaba yo otra vez, sintiéndome desilusionada por lo que no había pasado. Mis continuos: «¿Dónde está?» «¿Dónde está?», eran el mismo gastado enfo­que negativo, sólo que vestido con un traje diferente. En rea­lidad, el dinero estaba empezando a llegar, aunque lo hacía a cuentagotas. Yo observaba fascinada. Esta extraña corriente constante de un poco aquí, un poco allá, estaba de manera evidente en proporción directa con mi enfoque de vibracio­nes. Cuando menos, con mi válvula un poco más abierta que cerrada, ¡no iba para atrás! Mi cuenta de cheques se mante­nía en el mismo estado (no sé cómo) o crecía ligeramente. ¡N o había vuelto a retroceder! Todo esto en sí ya era un milagro.

Me tomó varios meses poder permitir que se abrieran las compuertas una vez más, pero lo conseguí. No todas al mis­mo tiempo, pero sí gradualmente. Un «quiero» tras otro en­contraba el camino a mi puerta, algunos de ellos muy grandes y muchos otros, pequeños y divertidos.

Y; sin ayuda alguna de mi parte, excepto la profunda apre­ciación por ese sensacional producto que yo había logrado pro­ducir de algún modo, Curso de Vida 101 -el programa audiovisual al que había creado en un momento de inspiración antes de conocer la Ley de la Atracción- empezó a despegar, como fuegos artificiales, en diferentes partes del mundo.

Me encantaría decir que todos mis viejos hábitos desapa­recieron en treinta días, pero, francamente, no fue así. Aún ahora, con el dinero fluyendo en abundancia, requiere de toda mi concentración recordar que lo que logro no es debido a mi arduo trabajo, ni a lo lista que soy, sino a cómo fluye mi ener­gía. Así que sigo escribiendo libretos, hablando constantemente conmigo mismo y cambiando de conexión. Ahora, en lugar del tema de «apreciación-del-día», tengo un «quiero-del-mes» en el cual apoyarme y que sirve a dos propósitos: crea un tiempo mucho más prolongado de vibra­ciones -por tanto, más pasión- para que el flujo de energía se dirija a un deseo específico, y me da esa red de seguridad de tener siempre algo listo volando, en espera de fluir cuando más lo necesito.

En entrenamiento constante

¿Resulta más fácil? ¡Claro que sí! Pero, si te decides a tomar el control de tu vida y a tener las cosas que quieres, a hacer las cosas que quieres, a ser la persona que quieres ser ya vivir como quieres, con la gente que quieres, hay algo que más te vale aceptar: ¡estarás en entrenamiento siempre! Tendrás días elevados, días bajos, días fantásticos, días es­cabrosos, días profundamente emocionales y días en los que te sentirás listo para «tirar la toalla». Sin embargo, aposta­ría que no lo harás, no ahora; no al saber lo que ya sabes. Te guste o no, dudo que nunca más puedas sentir siquiera una le­ve emoción negativa, sin saber que has cerrado todas las puer­tas a todas las cosas que has deseado en la vida, sean materia­les, físicas, emocionales, espirituales o todo lo anterior junto.

Así que, en efecto, ésta es una empresa para toda la vida y no vas a aprender todo lo que tienes que hacer en esos trein­ta días. Puedes liberarte del temor y la preocupación duran­te ese primer mes, definitivamente. Pero después, prepárate y lánzate en cuerpo y alma, conscientemente, a todos los vericueto s de los cuatro pasos hacia la creación reflexiva, esto es, si lo quieres todo: prosperidad, seguridad, salud, libertad, alegría, vivacidad, independencia, realización; es decir, si quieres volver a tu natural estado de ser, a lo que estabas destinado a ser, a la forma en la que puedes ser de aquí en adelante; si estás dispuesto, en fin, a dedicarle el esfuerzo que requiere.

Es tu turno

Este asunto no es de nadie, sino tuyo; siempre lo ha sido, siempre lo será. Nadie te ha obligado. Nadie ha provocado nunca que tu vida sea de una manera o de otra. Ha sido tu asunto desde el principio, ha estado diseñado por la forma en la que estaba fluyendo tu energía, y ha estado diseñado en todo momento, todos los días, conforme a como te estabas sintiendo.

Ahora, habrás de concretarte a lo que quieres hacer du­rante el resto de tu vida y a saber qué tan dispuesto estás a echar a andar el esfuerzo-sentimiento para conseguirlo.

Así que a continuación te presento algunas estrategias, una forma rápida de hacer resaltar los puntos sobresalientes que de­bes tener en cuenta mientras entras a este nuevo y excitante mundo de la creación reflexiva. Primero, los pasos principales:

Paso 1. Identifica qué es lo que no quieres.

Paso 2. Identifica lo que quieres.

Paso 3. Encuentra el lugar del sentimiento de tu «quiero».

Paso 4. Espera, escucha, y permite que el universo haga su parte y (paso cuatro: ¡Mantén tú floreciente enfoqué fuera de esas condiciones en-blanco!).

Los «no» más importantes.

  • – No hagas una evaluación demasiado pronto. Si tus «quiero» no han empezado a aparecer todavía, tranquilízate y mantén tu válvula abierta.
  • – Cesa de tratar de mejorar a alguien más; eso equivale a            cerrar la válvula. No tienes que mejorar algo; sólo tie­nes que dejar de pensar en ello.
  • Deja de pensar que el mundo tiene que cambiar antes      de que puedas estar seguro o ser feliz. Tú creas tu pro­pia seguridad a través del fluido de tu energía.
  • No des por sentado nada de lo que ocurre en tu vida, bueno o malo, grande o pequeño. Llegó a tu vida porque lo atrajiste como con imán, así que presta atención a lo que estás creando.
  • Deja de enfocarte en responder a, o preocuparte por, cómo controlar condiciones que todavía no cambian. Eso sólo te hará atraer más de lo mismo.
  • No trates de «etiquetar» tus sentimientos cuando estés deprimido. Deja de llamarlo culpa, frustración, o lo que sea. Sólo sé consciente de que estás fuera de sincronía y encuentra la forma de volver a ella.
  • Deja de quejarte. ¡Desea en grande, en calidad y en can­tidad! Y nunca dejes de crear nuevos» quiero». La energía más alta necesita salidas por las cuales fluir. ¡Créalas!
  • Deja de pensar que no puede suceder. Esa vibración te    garantizará que no sucederá.
  • No esperes a sentirte bien antes de sintonizarte. Sinto­nízate a todo lo largo del día. Conviértelo en un hábito. Estremécete, aunque lo hagas sólo para mantener tus frecuencias en alto, tu válvula abierta y lo más bajo po­sible tu resistencia a la energía de alta frecuencia.
  • No tomes esto tan en serio como para que se cierre tu válvula. Aligérate, diviértete con esto, y lo que esperas ocurrirá más pronto.
  • Nunca jamás, realices una acción no inspirada mientras tu válvula esté cerrada, o te encuentres en medio de un problema. Primero consigue que se abra tu válvula y des­pués escucha a tu «guía», antes de actuar.
  • No trates de buscar las causas feas, oscuras y desagra­dables de lo que piensas que hay de malo en ti. ¡Detente!
  • Con eso lo que estás haciendo es prestar más atención a lo que no quieres.
  • No vivas para el resultado final, diciendo: «No me puedo sentir mejor hasta que suceda».
  • No te golpees a ti mismo cuando te sientas mal o con la   válvula cerrada. Te sientes mal sólo en un «no quiero». Así que felicítate por haberlo reconocido. Si no sabes lo \ que no quieres, ¿cómo descubrirás lo que quieres?
  • Deja de pensar acerca de cualquier cosa que cierre tu válvula, cualquier cosa, cualquier persona, cualquier si­tuación, cualquier evento, cualquier circunstancia, cual­quier lugar, cualquier película, cualquier comida, cualquier conductor, cualquier jefe, cualquier escena, sin impor­tar qué, ¡SIN IMPORTAR QUÉ!
  •  Deja de unirte a la carreta de quejas, cargada con seres desconectados, de válvulas cerradas. Fluye o derrama tu energía hacia lo que quieres, e influye en ello.
  • Deja de hablar de tu enfermedad y de causar que tu cuerpo se degenere todavía más. Empieza a hablar de cómo tu cuerpo se está recuperando, y abre tu válvula para per­mitirlo.
  • Deja de participar en el juego de los «problemas». Tener problemas no es más que una excusa para permanecer en las vibraciones negativas.
  • No anheles algo con desesperación. Eso es una percepción negativa de que no tienes algo.
  • Deja de pensar que hay algo fuera de ti que hace -o puede lograr- un cambio.
  • No tengas miedo de mirar algo que no quieres. Obsérvalo desde todos los ángulos. Entonces, renueva tus «quie­ro» o tus intentos
  • No justifiques tus sentimientos con un: «Yo tengo razón; tú estás equivocado», aunque pueda ser el caso. Eso cie­rra tu válvula, y tapa el flujo de energía de frecuencias más altas a todas las otras áreas de tu vida. Recuerda, si activas una cosa, activas todas.
  • No lamentes nada; eso es un flujo negativo, excepcional­mente pesado.
  • Nunca, jamás, inicies un nuevo proyecto, negocio, aven­tura, empresa, actividad, relación, ni nada más, antes de escribir el guión de ello y de fluir energía apasionada hacia él durante un largo tiempo.
  • No lo pienses, siéntelo.
  • No pienses tus reacciones, siéntelas.
  • Salte de tu problema. Si hiciste una tontería, ¿eso qué? Sólo decídete a cambiarlo.
  • Deja de tratar de encontrarte a ti mismo. Empieza, en cambio, a complacerte. Una vida grandiosa es tu dere­cho. Tú eres tu vida; por tanto, ¡tú eres grandioso!
  • No se te olvide nunca que tú no eres Pepe ni Juana, no eres carpintero, ni secretaria, tú eres una fuerza de vida. ¡Actúa como tal! ¡Transfórmate en eso!
  • No te des por vencido, ¡nunca te des por vencido!

Los «sí» más importantes

  • Concédete tiempo todos los días para soñar, desear, ima­ginar, intentar, querer, y tiempo para fluir energía hacia todo ello, hacia todo eso.
    • Siempre que te sientas menos que bien, deténte, reco­bra el equilibrio y encuentra una forma de sentirte un poco mejor cada día. Cada «sentirte mejor» eleva en verdad tus vibraciones.
    • Usa todo lo que conozcas para «apagar» el enfoque ne­gativo y volver a sentirte cálido y protegido.
    • Haz más afirmaciones todos los días acerca de lo que quie­res y por qué: cosas grandes, cosas pequeñas, cosas ton­tas. Cuanto más «quiero» tengas y más te emociones con ello, más rápidamente fluirá tu energía.
    • Toma decisiones todos los días, sobre tu estado de ánimo, tu seguridad, tu trabajo, tus relaciones, tu lugar de esta­cionamiento, tus compras. Al igual que ocurre con los «quie­ro», las decisiones llaman a la energía y proporcionan salidas.
    • Pregúntate a ti mismo constantemente: «¿Cómo estoy fluyendo mi energía?», «¿cómo estoy fluyendo mi ener­gía?».
    • Da más tiempo a lo que quieres que mejore, y aléjate del hecho de que no ha sucedido todavía. Está formándose, está ocurriendo, viene en camino. ¡Créelo!
    • Háblate tiernamente todos los días. En voz alta.
    • Observa las pistas de que las cosas están sucediendo por sucesos concurrentes, o por sincronía.
    • Sigue escribiendo nuevos y sensacionales guiones o his­torias. . Presta atención a cómo te estás sintiendo. Sustituye tus listas de «qué hacer», por listas de «qué sentir”.
    • Encuentra nuevas formas de sentirte mejor todos los días. Sé creativo, imaginativo y atrevido.
    • Date palmaditas en la espalda por cada obstáculo que percibas que has creado. Sin. ellos, no puedes saber qué es lo que quieres.
    • Piensa solamente en lo que quieres, en lugar de en la carencia o la falta de ello.
    • Acepta de una vez por todas que tú eres el creador de tu experiencia.
    • Empieza tu día con la intención de buscar los aspectos positivos en todo y en todos. Enseguida, intenta encon­trarlos.
    • No te fijes en cómo otra persona está derramando su ener­gía. Presta atención sólo a la tuya.
    • Recuerda que nada -nada- es más importante que sen­tirte bien, aunque sólo sea sentirte mejor. . Usa tu «quiero-del-mes» como un salvavidas. Lo es. Empieza por pequeños cambios rápidos de conexión de vibraciones negativas a positivas. Pronto, ese pequeño pensamiento alcanzará el impulso necesario para lan­zarte a un mayor «sentirte bien».
    • Espera tus «quiero». ¡Espéralos!
    • Aprende a encender, a voluntad, sin importar cómo, lo que hayas elegido hacer. Cuando enciendes tu válvula, bajas tu resistencia, vibras positivamente, atraes positivamente.
    • Mantente alerta a cómo estás sintieeendo y el resto será fácil.
    • Mantente fuera del pasado; no existe.
    • Toma conciencia del tono de los sentimientos con los que permaneces durante el día, desde que amanece hasta que se apagan las luces. Mantente perceptivo. ¡Toma con­ciencia!.
    • Vive en el lugar del sentimiento de tus «quiero» todos los días.
    • O vive en el «sentirte bien» y observa la rapidez con que llegan tus «quiero».
    • Si despiertas sintiéndote sensacional, aliéntalo. Si des­piertas sintiéndote con el ánimo decaído, cámbialo.
    • Cálmate, relájate, suavízate, vuélvete natural, acércate a ti mismo.
    • Saca a la luz esa hermosa dulzura que hay en lo profun­do de ti. Encuéntrala, aliméntala, permítele ser y espár­cela. Hombres y mujeres, todos la tenemos.
    • Escucha a tu guía y entonces actúa; nunca actúes antes. . Sigue tus impulsos, eso es tu guía.
    • Aprende a mirar el contraste sin tener que cruzar la lí­nea hacia la resistencia negativa.
    • Practica fluir la apreciación por las señales de tránsito, las señales de la calle, las construcciones de ladrillo, los semáforos u otros objetos del exterior mientras conduces.
    • Adquiere conciencia de los obstáculos muy reales que con tu resistencia estás creando a tu fuente de energía.
    • Si todo lo demás falla, haz el gesto de sonreír. El sólo mover tu rostro eleva tus vibraciones.
    • Si algo te molesta, pasa sobre ello.

Es tu barco

No puedes arruinarlo. No puedes cometer un error ni tomar una decisión equivocada. Es imposible. De hecho, nunca has cometido un error; lo que ocurrió sólo contribuyó para que aprendieras a dejar de vibrar negativamente. ¡Ahora ya lo sabes!

Todo este asunto de crear nuestras vidas mediante el flujo de energías de más alta frecuencia que en la que hemos esta­do vibrando, es increíblemente nuevo para nosotros. Es un gran reto, una monumental nueva orientación en la vida. Así que sé amable contigo mismo, tómalo con calma, juega con las energías, vuélvete curioso, ríe más, sonríe más, experi­menta. Ve cuánto puedes sostener un estremecimiento o cuán rápido puedes activar tu energía. Descubre qué te da alegría; y, entonces, déjala fluir. Juega con tus «quiero». Juega con todo ello; pero recuerda: todo esto es muy nuevo; así que, por favor, no te desanimes.

Somos como bebés en andadera que aprendemos a manio­brar en nuestro nuevo mundo. Todo en ese bebé dice: «Le­vántate y camina» . Así que lo hace, una y otra vez, sin impor­tar cuántas veces se pueda caer. A eso se le llama pasión…, y práctica.

La práctica consiste en esta nueva forma de pensar y de ser. Tiene que ser así; es tan nueva, tan extraña… Exacta­mente ahora, este concepto no es sino un montón de palabras en papel que pueden sonar interesantes, pero el sabor está en la prueba. ¡Y eso significa práctica!

Practica cómo hacer fluir la energía. Practica hacerlo con tus «quiero» o practica solamente para hacerla fluir. Apren­de a activarla a voluntad…, en cualquier situación…, donde­quiera que estés…, con quienquiera que estés…, suceda lo que suceda. Controla tu vida, al controlar tus reacciones ante ella. Así que… ¡practica!

Después de que recorras tus treinta días, diseña tu propio programa para mantener en alto el interés. Tal vez una se­mana de sentimiento de gratitud, una semana de sentimien­to de asombro por todo, de reverencia, de admiración, de entusiasmo. Quizá una semana de sentimiento de diversión, una semana de optimismo, una semana de estar enamorado, de sentimiento de: «Dios, es bueno estar vivo», sin importar lo que sucede a tu alrededor.

Practica en momentos casuales, en el baño, cuando estés atendiendo a tus niños o haciendo tu declaración de impues­tos, al asistir a una junta o cuando estés trabajando en la lí­nea de producción de la fábrica.

Lo que es más nuevo para nosotros, es aferrarnos a estos conceptos aparentemente obsoletos de que la vida real se trata, primero, de sentir y, luego, de actuar. Eso es justa y completa­mente obsoleto para nosotros. Sólo la práctica traerá los fru­tos de ese audaz nuevo concepto.

¡Puedes pensarlo, tienes que sentirlo! Así que practica para convertirte en amante. Si es algo que quieres con pasión, ámalo con todas tus fuerzas. Acarícialo con emoción con las más tiernas y ardientes vibraciones. Abrázalo con ferviente devoción. Arrú­llalo en tu regazo. Envuélvelo con un amor tan profundo, tan deslumbrante, tan fogoso, tan bello que te quite el aliento. Practica cómo derramar amor apasionado. ¡Eso es estar en un gran momento de cálido y suave cobijo!

Sí, la vida puede volverse más compleja durante un tiempo porque has incrementado tu deseo, porque has aumentado tus energías magnéticas. Pero con ese deseo viene la vida auténtica.

Así que aprende a sentir, sentir, sentir…, bien o mal…, posi­tiva o negativamente. Si un sentimiento finalmente abre las puertas a los tesoros del universo, ¿qué tan malo puede ser? Si lo quieres suficientemente, aprenderás a sentirlo.

Entonces, aprende a sentirte bien, sin importar cómo. Este punto de vista tiene que ser totalmente consciente y delibe­rado. Las respuestas que te pongan de rodillas tienes que mandarlas a volar. Si deseas cambiar las condiciones de tu vida, tienes que cambiar también tus vibraciones, así que prac­tica hasta que puedas transformarlas en un simple abrir y cerrar de ojos. Si no logras sentir cálidos estremecimientos, significa que estás por los suelos o que te sientes muy mal. De cualquier manera, estás enviando vibraciones negativas.

Si tienes algún problema, sácalo de tu vida hablando de él contigo mismo durante diez o quince minutos cada día. Ana­lízalo en voz alta hasta que hayas encontrado lo que te in­quieta, y verás cómo disminuye al hablarlo. Cada vez que hagas eso, estarás dejando un poco más de resistencia detrás de ti hasta que finalmente descargues lo suficiente como para per­mitir que tus vibraciones -¡y tu experiencia!- cambien.

Sólo recuerda que la forma en la que pienses es la forma en la que sientes; la forma en la que sientas es la forma en la que vibras; la forma en la que vibres ¡es la forma en la que atraes!

Así que lo que quieras, siéntelo, siéeentelo hasta que se convierta en un cálido estremecimiento. Si puedes sentirlo, puedes tenerlo. Puedes tener cualquier cosa que quieras, siem­pre y cuando primero puedas sentirlo.

Te puedes comer al mundo de un bocado. Sólo tienes que prestar atención para descubrir qué viene, en lugar de qué es lo que no está aquí. Una vez que estés cómodo haciendo eso, por los poderes que son y por el poder que eres tú, empezarás a vivir la vida que viniste a vivir aquí. Estarás haciendo rea­lidad tu razón de ser.

Desde el capítulo 86 aprendimos que todo es energía. Eso es todo lo que este mundo y el univer­so son. Puedes ser su dueño o su víctima. Al aprender a con­trolar el tono y el flujo de tu energía electromagnética, esta­rás aprendiendo a tomar el control de tu propio destino, diri­giendo tu barco a donde desees. Cuando lleguen las tormen­tas, sabrás qué las creó y qué hacer. Está el control absoluta­mente dirigido hacia recargar las maravillosas recompensas de una vida que está -en toda la extensión de tus posibilida­des- ¡finalmente siendo vivída!

Con este capítulo cerramos la serie del tema de la Ley de Atracción. Deseo que tener este conocimiento te permita lograr ¡Pasión por Vivir!

Que así sea.