Curso de autoestima 095

Curso de autoestima 95

95. Si, eso si. Ley de Atracción. Paso 2º

Autoestima 095- Si eso si ley de atracción paso 2º – Curso de autoestima – Podcast en iVoox

A donde ponemos nuestro sentimiento ahí está nuestra energía.

-Paul Duffy

Una vez que hemos aprendido que el empleo constante de nuestros «no quiero» es lo que rige la mayor parte de nuestra vida, tratemos de entender lo que son realmente los «quiero» y qué podemos hacer con ellos cuando los haya­mos descubierto. Suena tonto, ¿verdad? Todos saben lo que desean en la vida, desde luego. Entonces si el mismísimo Dios se les apareciera frente a ustedes y les ofreciera concederle un deseo, sabrían de inmediato que decir, ¿verdad?

¡Pues no! Los «quiero» son los más temibles malentendidos y descuidados elementos de toda la raza humana, y yo podría apostar que para la mayoría de la gente el sólo pensar en ellos resulta aún más aterrador que el sillón de un dentista al que se le han terminado los anestésicos.

Pero antes de que nos adentremos en el inquietante cam­po de los «quiero», es importante que entendamos qué pro­voca alegría y pasión en nuestras vidas, y hace a la vida digna de vivirse. De manera extraña, lo que nos da felicidad es pre­cisamente aquello que pensamos que más nos gustaría evi­tar, o sea, lo opuesto. Gustos y disgustos, queremos y no quere­mos.

Aunque esta lógica parezca insólita, sin los opuestos pro­bablemente nos volveríamos locos. Para ilustrar mejor este concepto tan complicado, ven a volar conmigo en un viaje imaginario sobre un pueblo ficti­cio, en un planeta también ficticio llamado Similitud.

No, gracias, Similitud

Está ahí, justo debajo de nosotros. El área es muy parecida a la de cualquier lugar de la Tierra. El mismo tipo de terreno, la misma clase de gente, lo mismo de todo. Todo parece idéntico a lo que hay en nuestro planeta, excepto por una espantosa condición, todo es gris: el panorama, los edificios, los automó­viles, los animales, los cuerpos. Todo es del mismo color, ¡hasta del mismo tono! La gente no parece tener ningún entusiasmo, porque todo a su alrededor es lo mismo, no hay en su vida reto alguno, ni cargas, ni obstáculos, ¡no hay contrastes!

¿Notas la indiferencia ante la gente? ¡No la hay! Es debido al aburrimiento, y es agobiante. ¡Con razón! En Similitud nadie tiene que tomar decisiones, porque todas llevan al mismo resul­tado. Ninguna pareja es diferente de otra, todos los empleos tienen el mismo nivel de estímulo y… ¿Ya has visto suficien­te? La escena parece lo más cercano al infierno que lo que pudiéramos imaginar.

¿A quién le gustaría vivir en un lugar así? ¿Qué caso ten­dría? No habría nada que superar, nada que desear, no habría diferencias que apreciar, nada que inspirara entusiasmo. Sim­plemente un lugar de aburrimiento infinito, que es precisa­mente lo que venimos a evitar en este planeta Tierra. Venimos a buscar diversidad y diferencias. Venimos, extrañamente, por el contraste, por los opuestos. Eso es lo que nos ofrece nuestro tridimensional planeta Tie­rra: un cuerno de la abundancia de alternativas y opciones, un campo de entrenamiento para ayudamos a determinar qué co­sas no nos gustan, para que podamos dar vuelta a la situación y -¡afortunadamente!- para crear el tipo de cosas que nos gustan. Como ha dicho alguien: si el único helado que hubiera fuera de vainilla, la vida sería bastante aburrida.

Así que tenemos opciones, muchísimas alternativas entre las cuales elegir, que nos ofrecen las oportunidades de vivir y disfrutar de todo cuanto deseemos en este mundo de la abun­dancia; pero, también, tenemos la oportunidad de descubrir cuánta tortura y privación estamos dispuestos a soportar, antes de permitir que esos deseos formen parte de nuestra vida.

Reconozcámoslo: somos verdaderos expertos en cuanto a identificar lo que nos disgusta, pero no somos lo suficiente­mente hábiles como para permitirnos identificar con exacti­tud lo que realmente, reeealmente, queremos, de modo que podamos atraer esas cosas hacia nuestra vida, por el mero gusto de tenerlas.

La vida estaba destinada a ser: «No me gusta esto, me gusta esto otro»; en cambio, se convirtió en: «N o me gusta eso, pero supongo que tengo que soportarlo». Entonces nos retor­cemos, nos enfurecemos, protestamos y nos quejamos de todo a lo que nos hemos resignado, lo cual, por supuesto, nos man­tiene más adheridos al centro’ mismo del lugar donde no que­remos estar.

Así que, ¿qué quieres? ¿Lo sabes? ¿Te atreves a soñar? ¿Te atreves a desear? ¿Te atreves a dejar que tu imaginación (el don más divino y poderoso de la raza humana) se desplace por la fantasía? ¿Qué quieres? ¿Qué es lo que quieres, real y sinceramente?

La tortura de desear

Cuando retrocedemos humildemente al principio de que todo en nuestra experiencia proviene de nuestro enfoque y de cómo nos hemos estado sintiendo, quizá resulte natural que pensemos: «Bueno, querer tal vez esté muy bien para otros, pero yo no voy a empezar a soñar despierto de ese modo, a estas alturas. Mi vida marcha bien, la voy pasando. Así que, ¿por qué ahora debo exponerme a más desilusiones?».

Vemos todas las cosas que nos gustaría tener, pero que no tenemos; todos los lugares en los que nos gustaría estar, pero en los que no estamos; las escaleras que nos hubiera gustado ascender, pero por las que no subimos. Cuando muy pocas de las cosas que nos hubiera gustado tener y hacer han apareci­do en nuestra vida, como si hubiéramos elegido deliberada­mente que nada de lo que nos gusta sucediera, nos preguntamos: «¿Por qué empezar a querer ahora?». Empleamos aquel viejo dicho de: «Entre más quiero, menos obtengo», junto con el otro lado de la misma moneda que dice: «Claro que tengo muchos deseos y muchos ‘quiero’, pero de ningún modo pero conseguirlos ahora». Es triste decirlo, pero nos han «lavado el cerebro» para hacernos creer que la mayor parte de los «quiero» no sólo son egoístas y autocomplacientes, sino absurdamente imposibles.

¿Recuerdas cuando estabas en tercero o cuarto año de pri­maria? Entonces no sólo ya tenías edad suficiente para en­tender las desilusiones y reconocer el dolor que causaban, sino que ya eras un experto veterano en evitar esos sentimientos. Descubriste a edad temprana que cuanto más querías una cosa, con mayor intensidad sufrías por el dolor de no tenerla. Probablemente sólo dejaste de querer, a menos, desde luego, que tuvieras la absoluta seguridad y garantía de que tus «quie­ro» se materializarían.

Aun antes de eso, cuando eras un pequeño que empezaba a caminar y disfrutaba explorar, te dirigiste tambaleante ha­cia el brillante florero en el mueble de la televisión y te grita­ron: ¡No, no, eso no se toca!» No sólo una vez, ni un centenar de veces, sino unas sesenta mil veces (según dicen los investigadores), durante un periodo de tres años; te dijeron: «¡No, niño malo, eso que quieres no es tuyo!». Para cuando cum­pliste cuatro años, lo pensabas muy bien antes de querer mucho algo. Querer equivalía a ser «malo». Y eso no termina con los primeros años: «no» a esto, «no» a aquello, «absolutamente no» a lo de más allá…, parece que todo esto fue lo que escuchaste durante tu crecimiento.

Para cuando llegaste a la preparatoria, te resultaba muy difícil desear realmente algo que fuera más allá de lo socialmente acepta­do, como adquirir tu primer auto, asistir al baile de gradua­ción y conseguir trabajo por horas mientras estabas en la universidad. Y que no se te ocurriera desear conocer el mun­do mientras encontrabas algo mejor que hacer. Ni se te ocu­rriera convertirte en millonario al año siguiente. «¡Ridículo! ¡Deja de estar en las nubes!». Así que la mayoría de nosotros hacemos nuestros anhelos a un lado, mientras penetramos en los dogmáticos «deberías» y «tienes que» de la vida adulta.

Hemos asimilado el gran dogma que afirma: cuanto más queremos algo que no está en el «libro de reglas de la socie­dad», lo más seguro es que no lo consigamos. Soñamos, pero nuestros sueños nunca se hacen realidad. Soñamos un poco más, pero no pasa nada. Pronto nos inclinamos ante la ficti­cia verdad de que soñar en algo, o querer algo fuera de lo normal (y con frecuencia, hasta dentro de lo normal), no es algo que esté bien visto. Cuanto más lo queremos, peor nos sentimos por no obtenerlo.

Finalmente, a excepción de los pequeños sueños, los que sabemos que son prudentes y accesibles, al paso de los años cejamos de soñar completamente. Y ahí nos quedamos: en el desolado santuario de Similitud, protegidos por la creencia errónea de que si soñamos poco, y no sucede nada, no saldre­mos demasiado lastimados. ¡Santo cielo, qué forma de vivir hemos escogido!

Rompe la barrera del «quiero»

Al principio, terminar con una vida de privaciones progra­mada puede provocar un poco de miedo, porque significa cam­biar. Pero debemos destruida si queremos convertimos en auténticos creadores, en lugar de seguir siendo creadores por casualidad. Y honestamente, aprender a querer productiva­mente (y descubrir que está bien) no es tan complicado como parece, una vez que aprendemos cómo querer, en lugar, de có­mo no querer.

Existen tres tipos básicos de «quiero», cada uno con su pro­pia intención, en nuestro archivo de sueños.

Los «quiero» reales

En primer lugar están los «quiero» reales, que se derivan de los «no quiero»: «No quiero ir a la casa de mis suegros en las vacaciones. En cambio, quiero…». «Ya no quiero vivir más aquí, en cambio quiero…”. Ésos son los más sencillos. Sólo das vuelta a la página de un «no quiero», y ahí está tu «quiero» real del otro lado.

Los «quiero» negativos

Luego siguen los «quiero» negativos, los que tienes que detec­tar antes de poder salirte de ellos. Puedes identificarlos por la forma en la que te hacen sentir, puesto que nunca te hacen sentir bien hasta que logras enfocar adecuadamente su in­tención.

«Quiero estar bien» tiene un claro enfoque en el hecho apa­rente de que tú no estás bien. Ése es un «quiero» negativo. «Quie­ro ser rico» presenta la misma dificultad. Ambos vienen de un lugar de carencia que nos causa incomodidad, por el simple hecho de que no tenemos algo que queremos. Los «quiero» negativos son siempre «no quiero» y resultan difíciles de detectar, a me­nos que los sintonices con tus sentimientos.

Si tienes sobrepeso y quieres adelgazar, dices con toda ino­cencia: «Quiero estar delgado», ése es un «quiero» negativo y nunca, jamás, lo sentirás como una grata sensación que te reconforte. Proviene de anhelar, de añorar o de un desear va­cío, todo ello de energía negativa. Surge de la necesidad, la cual implica temor, y no del deseo, que es emoción. Naturalmente, tú no estarías queriendo algo si lo tuvie­ras; pero si solamente te enfocas en el hecho de que no lo tie­nes, jamás llegará. Y no podrás conseguirlo porque tu enfoque está en su ausencia.

Si lo que quieres -y la forma en la que lo estás declaran­do- no te hace sentir bien, es un «quiero» negativo, y necesi­tas replantearlo para que se convierta en una intención positi­va, en un deseo lleno de entusiasmo.

Los “quiero» correctos

Finalmente está el tercer tipo de los «quiero», que yo llamo el correcto, por la sencilla razón de que tenemos derecho a que nuestros deseos se cumplan, sin importar lo que puedan decir en contra nuestra religión, nuestros padres, y nuestros ami­gos o compañeros de trabajo. Tenemos el derecho, en virtud de nuestra existencia, de probar nuestras habilidades creativas en la forma en que lo decidamos. Tenemos el derecho de susti­tuir cualquier «no quiero» -cualquier «no quiero» – de nues­tra vida, con un «quiero», en cualquier momento. Y si eso nos complace a nosotros, probablemente también complacerá a lograr más. Si no es así, entonces, ¡qué le vamos hacer!

Con los «quiero» correctos, finalmente sacamos del clóset los «deberías» y los «tienes que”, para lanzamos a vivir la vida… ¡nuestra propia vida! Con los» quiero» correctos, aceptamos el hecho muy real de que no sólo es correcto y adecuado, sino esencial para nosotros querer: cualquier cosa…, en cualquier parte…, de cualquier tipo…, en cualquier cantidad…, en cualquier forma…, en cualquier grado…, y en el momento en que lo deseemos. ¡Cualquier cosa! Cualquier cosa de todo cuanto hay sobre la faz de la Tierra, siempre y cuando sea algo que nos permita liberar nuestra vida, salir de Similitud y empezar a vibrar más cerca del ca­nal de alegría de nuestro Ser verdadero. Ésta es la única ra­zón por la que tenemos los «quiero», para hacemos sentir bien cuando los tenemos.

Sí, yo sé que esto suena cruel, indiferente a los demás y hasta cierto punto egoísta. Pero, por favor, tenme paciencia antes de llegar a sacar una conclusión, y te darás cuenta de cómo este atrevido enfoque de la vida será profundamente benéfico para todos los que te rodean y dependen de ti.

Querer, necesidad de la vida

Yo te digo: «Muy bien, ¿qué quieres?» Y tú me dices: «Oh, eso es fácil. Quiero suficiente dinero para pagar mis cuentas, cui­dar a los niños, tener una linda casa en donde vivir, un traba­jo que me guste, una pareja amorosa con la que compartir todo, y una salud perfecta. Además, tampoco me disgustaría tener un auto nuevo».

Eso es un comienzo, y muy bueno, pero eso es todo lo que es, simplemente, ¡un comienzo! De hecho, para la mayor par­te de los que vivimos en este mundo, tener todas esas cosas evidentemente maravillosas ¡sería como vivir en el paraíso! N o obstante, si vamos a liberar ese poder que llamamos pa­sión, para poder aproximarnos y finalmente vivir más cerca­nos a la frecuencia de nuestro Ser natural con profunda alegría, tenemos que ir más allá de lo evidente…, ¡mucho más allá!

Así que, ¿qué más? ¿Qué más quieres? Sí, por supuesto, los «quiero» cambian con los años. Pro­bablemente has pasado ya de la época en la que querías un pastel y para tu cumpleaños (y entonces, ¿de nuevo…?), o quizá ya no desees tener un espectacular convertible para recorrer con él el centro de la ciudad el sábado por la noche. Y, sin embargo, todavía hay dentro de ti un asombroso in­ventario de fantasías, desde hace mucho tiempo olvidadas. ¿Cuáles son? ¿Cuánto tiempo hace que no te atreves a disfru­tar de su tentador sabor, o de participar en las exóticas aven­turas en tu soñar despierto?

¿Cuáles son tus deseos más pequeños, más grandes, más antiguos o más nuevos, tus deseos más profundamente ocul­tos, tus ambiciones, tus aspiraciones…, las que son tan remo­tas, tan imposibles, tan improbables, que nunca te has atrevido a hablar de ellas en voz alta, ni siquiera en un susurro…, a nadie…, ni siquiera a Dios? ¿Cuáles son? ¿Qué te has permi­tido dejar de querer?

¡Este planeta no es Similitud! Venimos aquí por el contraste, por los opuestos. Venimos aquí para aprender a manifestar nuestros deseos. Venimos a aprender a discernir y a cultivar ese extraño arte de querer, que equivale a manifestar. En cambio, nos encontramos atrapados en la inútil habilidad de coleccio­nar diligentemente los «no quiero».

Venimos a aprender cómo crear nuestros deseos, cómo rea­lizar nuestros sueños, cómo prosperar y cómo llevar esta ma­ravillosa experiencia llamada «ser físico» hasta su propio zenit.

Venimos a experimentar lo bueno, junto con lo malo, de tal forma que podamos aprender a seleccionar lo que nos gusta, por encima de lo que nos disgusta. ¡Aprovéchalo! Saca tus tan ansiados sueños de ese clóset viejo y atiborra­do, sacúdelos un poco con amoroso cuidado, y examina aten­tamente cada uno de ellos.

Olvida que están demasiado lejos.

Olvida que no tienen posibilidad alguna de realizarse, o que son impensables.

Olvida que alguien pueda pensar que estás perdido. Olvida que pueden llamarte egoísta.

¡Olvida esas cosas!

Querer no sólo es tu derecho, es un prerrequisito indis­pensable para una vida feliz.

Sí, tú de verdad lo mereces

Ahora, te tengo buenas noticias: no necesitas ser merecedor de ninguna maldita cosa para obtener tus deseos.

No necesitas probar, demostrar o declarar algo, ni aprobar un examen de moral.

No tienes que explicar tus razones, ni disculparte con tu familia, contigo mismo o con Dios.

No tienes que ser más merecedor, digno, confiable u hon­rado de lo que ya eres ahora.

Sólo tienes que tomar una decisión…, sólo una…, y es la de ser feliz.

Pero nunca podrás emprender ese camino, hasta que permi­tas a tus «quiero» -tus sueños, tus deseos, tus anhelos-, salir del clóset, no sólo asomarse un poco, sino ¡salir por completo!

Como cualquier talento oculto, que consciente o inconscien­temente sabías que estaba ahí pero que no te sentías cómodo mostrándolo, una vez que asimiles el hecho de que querer for­ma parte de ti, de que hacerlo es totalmente adecuado, practi­carlo se convertirá en una diversión. Comenzará a fluir la alegría y empezarás a vibrar en forma diferente, porque cuando estás alegre con la vida ya no puedes vibrar negativamente y, por tanto, no puedes atraer cosas negativas, sólo positivas.

Cuando estás en armonía con la vida, no puedes sentirte inseguro, avergonzado, indigno, culpable o inferior en nin­guna forma, pues no estás vibrando de ese modo. N o puedes sentir carencia de ningún tipo, ni puedes atraerla.

La única cosa que harás cuando empieces a abrir la llave de tus «quiero» será emitir mayor alegría, y más abundan­cia, y sentir más libertad en tu experiencia. ¿N o dirías que es pequeño el precio de tus sueños? y no importa lo que decidas soñar. Elige un sueño que te haga feliz, y estarás vibrando en esa frecuencia. Sueña el sueño de la alegría; sueña el sueño de la plenitud; sueña el sueño de la frivolidad, pero ¡SUEÑA!

Tener deseos -quererlos- no es mayor pecado que respi­rar. Nunca más pienses que tienes que justificar tus «quie­ro». ¡Simplemente no lo hagas! N o puedes justificar, defender o racionalizar -todo lo cual es energía negativa- y mante­nerte conectado con tu energía fundamental.

Tú no necesitas disculparte de nada, con nadie, ni con ningu­na autoridad, de alto o bajo rango, por tus deseos. Ciertamen­te, tampoco con Dios. Hacerlo es darle la espalda a tu energía más elevada, negando así tu existencia misma, tu divino dere­cho a vivir. Contrariamente a las enseñanzas comunes, obtener felicidad es un sagrado derecho que tienes desde que naciste.

Así que déjate llevar y sueña. Tú ya estás creando tu vida cada momento de cada día, de acuerdo a la forma en la que piensas y vibras, por lo que bien puedes hacerlo de la manera que te gustaría que fuera.

Todavía los tienes

Una de las mejores maneras de descubrir algunos de esos «quie­ro» escondidos durante tanto tiempo, es imaginar. Recuerda, todo lo que necesitas para obtenerlos -sea «lo» que sea- es quererlos y sentirlos, sin explicaciones, excusas, disculpas o razones.

El reto ahora es cómo ahondar lo suficiente para traspa­sar las rígidas capas de los «deberías», «no deberías» y «no­ no», hasta la largamente olvidada emoción de -y pasión por­ la vida.

Imagínate que es la época navideña (esto no es cuestión religiosa, así que no importa qué religión profeses). Tú eres el Santa Claus del centro comercial, de abundante barba blan­ca y barriga de almohada. Escuchas a todos recitar su larga lista de «quiero», socialmente aceptables, pero un rato des­pués, decides esparcir tus polvos mágicos para que los niños de cualquier edad revelen algunos de sus «quiero», menos acep­tados socialmente.

Se te acerca una chiquilla de unos seis años, salta sobre tus rodillas y empieza a darte su lista: unos cuantos juguetes especiales que vio en la televisión y un par de peticiones tra­dicionales, como una muñeca y un perrito. Eso es todo. Nada nuevo.

Así que tú esparces un poquito de tus polvos mágicos y aparecen en la lista de pedidos: un gran columpio en el patio trasero, un papá que esté más tiempo en casa, una mamá que disponga de más tiempo para jugar, alguien -cualquiera- que crea en los lin­dos ángeles que hay en su recámara y alguien más, que haga que todas las cosas siempre salgan bien. ¡Ah!, y muchos her­manitos y hermanitas, por favor. Entonces, la niña baja de un salto y se va muy contenta. (¿Recuerdas cuáles eran tus «quiero» escondidos a los seis años de edad?).

            Después, se presenta una chica alta y delgada de unos 18 años, divertida con la idea, y muy dispuesta a seguir el juego. «Muy bien ¿qué te gustaría que te trajera Santa Claus?». Una vez más, aunque la muchacha alegremente entra en el espíritu de esta broma, su lista resulta extremadamente cor­ta. «Bueno, acepto ese automóvil nuevo que tienes oculto en el saco, Santa. Y no me importaría que dejaras unos cuantos miles de dólares en mi bota para mis caprichos. Y si tienes por casualidad un tórrido romance por ahí, guardado para mí en tu trineo, ¡sería estupendo!».

Entonces, esparces un poco de tus polvos mágicos, la chica de 18 años se relaja y aparece enseguida una sorprendente lista de los «quiero» correctos, que tienen que ver con profesiones, amigos, éxito, fama, ropa, condiciones de vida, familia, yates y au­téntica felicidad. «Lo que sea que eso signifique», susurras.  (¿Recuerdas cuáles eran tus «quiero» secretos a los 18 años y cuáles de tus sueños se esfumaron para que pudieras vivir en el «mundo real»?).

Finalmente, llega el adulto que se sienta feliz en tus rodi­llas de Santa Claus, mientras los niños lo observan y sonríen burlones. «¿y qué te gustaría pedir, mi amigo?» preguntas, expec­tante. Descubres, con desolación, que esta persona tiene la lista más corta de todas hasta entonces, como si todas sus esperanzas y sueños de antaño hubieran volado hacia otra galaxia. ¡Oh!, ahí se fueron la casa nueva, el flamante auto­móvil y el fugaz deseo de sacarse la lotería; pero así son las cosas. Con rapidez, esparces tus polvos mágicos. Nada. Es­parces un poco más. Todavía nada. Le vacías la bolsa la bolsa encima a la persona. Con lentitud, al principio, como si tuviera que sacarse de las profundidades más oscuras del océano, surge un comen­tario sobre tener una pastelería y otro sobre aprender a tocar el piano. Una pausa, y brinca a otro acerca de tomar un curso de horticultura en la universidad local, y otro sobre cons­truir un tipo único de velero. De repente, surgen uno tras otro los deseos: cómo ayudar financieramente a un amigo para abrir una escuela de danza, tener una puerta eléctrica en la coche­ra y vivir en una casa muy elegante con vistas hacia las her­mosas aguas de una isla del Caribe.

Ya no se detiene. Aparece otro deseo profundo sobre tener la oportunidad de conseguir una pareja con la que pueda ha­blar acerca de lo que sueña despierto, y otro sobre abrir un campamento de verano para los niños de la ciudad, y sentirse seguro en una región del país donde no haya terremotos, y algo acerca de tener la confianza suficiente para hablar fren­te a un grupo de personas. Hay uno más sobre cómo mejorar las relaciones con ciertos miembros de la familia y aprender a ser más amoroso, y muchos otros más. Se requirió de todo el saco de polvos mágicos, pero la presa que retenía todos esos tesoros por tanto tiempo olvidados, finalmente se rompió. ¿Qué sueños has hecho a un lado? Tus ambiciones, tus metas olvidadas, hasta tus más pequeños deseos, ¿cuáles son? ¿CUÁ­LES SON?

Paso dos: identifica lo que QUIERES.

Si yo tomo todos mis «no quiero» (que me hacen sentir mal) y centro la atención en mis «quiero» (que se supone que de­ben hacerme sentir muy bien), terminaré con algo que yo sé que no tengo (lo cual seguramente no me hará sentir bien) y añoraré algo que, de cualquier modo, probablemente nunca conseguiré, ¡lo que me hará sentir peor que antes de empe­zar con esta estupidez!

¡Ah!, ése es un gran predicamento porque si lo tuvieras, no lo estarías deseando.

Así que el acto mismo de querer, lleva consigo la obvia im­plicación de que tú seguramente no tienes aquello que quie­res, y si no lo tienes, ¿cómo diablos puedes sentirte bien acerca de ello mientras no lo consigas?

¡No puedes! No, mientras sigas queriendo cosas en la for­ma antigua.

El dilema proviene de nuestro pensamiento, al pensar que la carga que supone adquirir lo que queremos recae por com­pleto sobre nosotros, y somos también quienes tenemos que averiguar cómo obtenerlo, cómo conseguir el dinero para eso, cómo hacer los arreglos para ello, cómo hacer que suceda. Una vez que llegamos tan lejos, nuestros siguientes pensamien­tos generalmente son algo así como: «iOh, diablos, eso senci­llamente no es posible!», lo cual invariablemente causa que dejemos de quererlo. Fácil solución, surgida directamente de la anticuada forma programada de pensar.

La clave

La clave para conseguir lo que más deseas desde el fondo de tu corazón -sin límite alguno-, es descubrir una forma de sentirte bien con tu «quiero», pues este «quiero» no se hará realidad si al desearlo, o suspirar por él, te sientes desalenta­do, en lugar de sentirte bien. (Recuerda, la carencia proviene del temor; el deseo proviene de la emoción. Son los extremos opuestos del polo vibratorio). Así que nos encontramos ante un dilema: estamos querien­do algo, lo cual generalmente nos hace sentir mal, porque no sólo no tenemos lo que queremos, sino que no tenemos la me­nor idea de cómo conseguido.

¿La solución? ¡Cambia el sentimiento!

            Cuando quieras algo, mantén tus pensamientos en ese «quie­ro» durante unos momentos, hasta que empieces a sentir una especie de elevación de tu ánimo, un sentimiento intenso de cualquier tipo, bueno o malo, una bandera roja o una bande­ra verde, no importa cuál. Entonces, concéntrate en ese sen­timiento. Si sientes que tu ánimo decae en lugar de sentir entusiasmo, si te sientes desalentado en lugar de animado, significa que estás pensando en no tener, en lugar de en tener. Estás pensando en la ausencia de lo que quieres.

Por otra parte, si comienzas a sentir aunque sea un poco de emoción, o un agradable y cálido murmullo, has dado en el blanco.

Todo el proceso de crear intencionalmente proviene de APA­GAR nuestros pensamientos de lo que no queremos, ENCENDER los que sí queremos, y mantenerlos ahí. Una vez que hemos llegado hasta este punto, nos toca encontrar formas de sentir­nos bien sobre esos «quiero», en lugar de sentirnos terrible­mente mal cuando no los vemos por ninguna parte y parecería que no hay forma de que aparezcan.

Así que la pregunta es cómo podemos ir de abajo hacia arriba cada vez que pensamos en un «quiero», porque, en cuanto estamos arriba, anulamos las vibraciones que provocan esos sentimientos deprimentes, que aparecen cuando estamos en­focados en el hecho evidente de que nuestro «quiero» no se encuentra a la vista.

Cómo entusiasmarse

Ya sabemos que la clave para convertir un «no quiero» en un «quiero» es encontrar formas para sentimos espléeendidamente acerca de ese «quiero», en lugar de desalentarnos. Sin impor­tar si se trata de un viejo sentimiento de los «quiero» que ha estado encerrado en el clóset desde siempre, o de un deseo reciente, el proceso es el mismo.

He aquí cómo hacerle para sentirnos bien -de hecho, muy bien- al querer algo que no tenemos, o que creemos que nos es imposible obtener, que no merecemos tener, o que nunca estaría a nuestro alcance, y que a nuestro cerebro le resulta demasiado complicado y cansado resolver. Éste es el compo­nente más importante de la Ley de la Atracción, que garanti­za atraer los «quiero», en lugar de los «no quiero»:

Una vez que sepas lo que quieres, debes encontrar el SENTI­MIENTO que provoca tener ese «quiero «y, al mismo tiempo per­manecer fuera del sentimiento que provoca el no tenerlo. En otras palabras, seeentir (conseguir entusiasmarse), lo que sería nadar (si no sabes hacerlo), en lugar de sentirte aver­gonzado cuando todos corren al agua, menos tú.

Siéeentete (lograr entusiasmarte), feliz en tu nuevo traba­jo, en lugar de sentirte constantemente deprimido -y atra­pada- con el que tienes ahora.

Siéeentete (lograr entusiasmarte) orgulloso por subir al estrado a recibir tu bien ganado grado académico, aunque to­davía no hayan empezado las clases.

            Siéeentete (lograr entusiasmarte), con cómo quieres que rea tu nueva pareja y lo maravilloso que será estar juntos.

Siéeentete (lograr entusiasmarte) con lo que sería poseer la camioneta de tus sueños, y el placer y el orgullo de viajar con tus ami­gos y tu familia a todas partes.

Ahora estás vibrando en armonía con tu más grande Ser. Tus deseos son felizmente incluidos en tus vibraciones, y se magnetizan y crecen más cada vez que sieeentes que son rea­lidad durante sólo dieciséis segundos. Has eliminado las vi­braciones negativas de la conciencia social para vivir en -y vibrar en-las únicas energías capaces de atraer hacia ti esos «quiero», las más elevadas, benditas frecuencias de «sentirte bien”.

Una vez en ese espacio, tú y tus «quiero» estarán literal­mente unidos. En lugar de ondear banderas rojas y unirte en armonía con la carencia de tu deseo (lo cual significa que estarás atrayendo más carencias), estarás ondeando banderas verdes de «sentirte bien» y de estar en armonía con tener lo que an­helas, sea que eso ya exista, o que aún no.

Mientras no pierdas demasiado tiempo preocupándote so­bre el porqué» eso» no ha aparecido todavía, esa vibración de entusiasmado, «prendido», sintonizado, elevado, feliz, que sientes cuando piensas en tenerlo, eventualmente lo llevará hasta ti. Eso es todo lo que se necesita: buenos sentimientos, uno de los elementos más importantes de la vida, que nosotros, como especie, parece que hemos olvidado incluir en nuestra «dieta» diaria.

Los «porqué» tenerlo

Para ayudarnos a atraer un «quiero», necesitamos que nues­tros fluidos se esparzan y podamos emitir tanta energía posi­tiva como sea posible. Una de las mejores formas para lograr lo anterior, es hablar sobre los «porqué» de querer algo. El qué define, pero son los «porqué» los que cargan tu batería e inician el flujo de fluidos.

Es como si se le preguntaras a un hombre al que le encan­tan los filetes casi crudos, todavía sangrantes, .por qué le gus­tan así. Inclinará la cabeza a un lado, cerrará los ojos y pare­cerá irse a otro mundo mientras describe los sabores, disfru­ta de lo jugoso de su carne y se deleita con su textura y aroma. Ése es un sentimiento y un vibrar grandioso, todo ello proce­dente de una sencilla pregunta: «¿Por qué?».

Desde el momento en que piensas en todos los porqué de querer algo, empiezas a conectarte con ello en sentimiento. Te sientes más sintonizado, más entusiasmado y estás creando numerosos intervalos de dieciséis segundos que fluyen plena­mente cargados de energía magnética hacia lo que deseas, en lugar de sólo murmurar un impreciso: «Esto es lo que quiero».

Así que al declarar tus por qué, estás dando a ese «quiero» el impulso de despegue necesario. Así como un automóvil sin batería no va a ninguna parte hasta que no se carga de ener­gía, y si no hay carga no camina, si no hay entusiasmo en tu «quiero» no habrá magnetismo, y sin magnetismo no conse­guirás lo que quieres.

Porque…, porque…, porque…

Las verdaderas razones de los “quieros” no se asoman al principio fácilmente te aconsejo que a cada razón que encuentres le busques a su vez un nuevo porqué y luego a esa respuesta nuevamente pregúntate porqué hasta que las respuestas te hagan sentirte emocionalmente bien.

Pregúntate a ti mismo, una y otra vez, por qué quieres algo, y continúa preguntándotelo, muchas veces, aun cuando pienses que ya no tienes más respuestas. Muy pronto estarás en un mundo de ensueño, sintiéndote ma-ra-vi-llo-sa-men-te-bien, precisamente donde necesitas estar para atraer hacia ti ese deseo.

A estas alturas, querrás invocar tu fuerza de voluntad para permanecer en esa vibración tanto como te sea posible, tal vez media hora o, quizá, el día completo. Pero aunque sólo sea un par de minutos, ¡magnífico!, será suficiente para despertar el torrente de energía. Recuerda, sólo necesitas dieciséis segun­dos para hacer que los mismos pensamientos de vibración se conviertan en un remolino de energía, enseguida suma otros die­ciséis segundos y otros más. Si de pronto te sorprendes dicien­do: «Olvídalo, ése es sólo un sueño imposible», en medio de tu condición elevada, simplemente cambia de velocidades de vibra­ción, piensa en algo que te haga sentir bien, acelera el motor de nuevo y anula rápidamente la-vibración de bandera roja.

(No lo olvides, el universo no nos da lo que solicitamos, o lo que merecemos, o lo que se supone que estamos destinados a tener; el universo nos da precisamente -y nada más que eso ­lo que vibramos en cada momento de cada día.) Nada más, nada menos.

Antes de que te des cuenta, el universo comenzará a res­ponder a tus vibraciones con pequeñas señales aquí y allá, con asombrosas pequeñas «coincidencias»; todas las piezas mági­cas que se necesitan para atraer lo que deseas seguirán llegan­do, y llegando, hasta que todo esté en su lugar, contigo en el centro, viviendo lo que una vez fuera tu sueño «imposible».

Pero tú tienes que probarlo, olerlo, sentirlo y asombrarte ante él, antes de que suceda. Debes hablar de él y sentir que lo estás viviendo, y volver a hablar de él, hasta que esos sen­timientos que se han despertado, el elemento fundamental del paso tres, lleguen a ti con facilidad.

Paso tres: encuentra el seeentimiento que provoca tu «quiero».

Esa válvula mágica

Una de las mejores formas que he oído para describir la ener­gía de «sentirse bien» es la analogía con una válvula o un gri­fo, semejante a los de una manguera para incendios. Nosotros somos la válvula, y la manguera es lo que lleva el flujo de energía que proviene de nuestra fuente, esa parte más grande de no­sotros con la que estamos conectados para siempre.

Esa corriente de energía no física es lo que realmente so­mos, una fuerza incalculable de alegría, abundancia y segu­ridad. La mayor parte del tiempo nos mantenemos separados de esa gran corriente de energía. ¿Cómo? Con nuestra ener­gía negativa de válvula cerrada.

Pero cuando nos sintonizamos, nos conectamos y nos sen­timos bien, abrimos esa válvula mágica para dejar fluir la co­rriente de vibraciones de alta frecuencia a través de nosotros. Ahora nos sentimos vivos, elevados, vibrantes, llenos de energía, emocionados, sintonizados…, con lo mejor de lo que conoce­mos como felicidad.

Como la presión del agua, en nuestra manguera imagina­ria la energía está siempre ahí, pero tenemos que dar pasos deliberados y propositivos para abrir la vieja válvula ya oxi­dada, si queremos que fluya la energía de alta frecuencia de nuestra fuente.

Tener la válvula abierta (sentirse bien) significa que la ener­gía positiva está fluyendo a través de nosotros, y desde noso­tros, y que estamos creando intencionalmente.

Tener cerrada la válvula (cualquier cosa que no sea sen­tirse bien) significa que estamos haciendo fluir energía nega­tiva, que nos estamos resistiendo al fluido natural y que estamos creando las cosas por mera casualidad.

Lo anterior no significa que debamos andar por el mundo siempre felices, funcionando a alta frecuencia y volando como una cometa todo el día. Todo lo que tenemos que hacer es tener abierta nuestra válvula, aunque sólo sea un poco, y permitir que se vaya ensanchando gradualmente para libe­rar esa corriente llena de vida. Si podemos encontrar formas de sentirnos un poco mejor que antes, y aumentar el sentir­nos bien cada vez más, pronto empezaremos a invertir las atrac­ciones negativas que hemos tenido toda la vida.

Propóntelo

Una vez que has empezado a conseguir tus «quiero» abierta­mente, hay un paso más que te ayudará definitivamente, y es el de convertir tus «quiero» en propósitos. Debido a que la palabra «quiero» podría causarte en este momento ciertas in­quietudes emocionales, probablemente te sentirías mejor sim­plemente «proponiéndote» hacer ciertas cosas.

Proponerte es una especie de combinación de «quiero y es­pero», y un buen punto de partida para comenzar es intentar cosas pequeñas a largo del día. Esto no sólo nos proporciona­rá una valiosa práctica con evidencias inmediatas, sino que nos abrirá el camino hacia nuevas y necesarias rutas de energía, que nunca habíamos abierto. Y cada nuevo camino significa que estás recibiendo una mayor cantidad de energía proce­dente de la fuente, de la que estabas recibiendo antes, así que el sentirte bien todo se volverá más sencillo…, lo cual te pre­para para producir una energía cada vez más elevada…, lo cual a su vez…, etcétera.

Las intenciones diarias nos brindan nuevas alternativas para que la energía fluya más fácilmente. Cuantas más cosas intentamos, más estamos usando la energía de alta frecuen­cia, que muy pronto se convierte en un camino de doble sen­tido; es decir, cuanto más usamos esa energía, más la recibimos. Esto crea una especie de cubierta protectora alrededor de no­sotros, semejante a un chaleco de seguridad que nos protege de caer en viejas creencias que continúan atrayendo cosas que no queremos.

Yo recomiendo destinar siempre lo que me propongo du­rante el día a cosas pequeñas. Me propongo llegar a salvo a cualquier destino. Me propongo estar a tiempo y sentirme bien por ello. Me propongo encontrar un lugar adecuado para estacionarme. Me propongo sentirme bien con la ropa que llevo puesta. Me propongo cerrar la operación que estoy tratando de hacer. Me propongo mantener mi cuenta del banco con cierta cantidad de dinero, o quizá con más. Me propongo disfrutar de todo a lo largo del día (yeso no es cualquier cosa). Me pro­pongo contribuir a que mis clientes se sientan bien. Y; en tanto mi válvula se mantenga abierta mientras expreso mis propó­sitos, éstos siempre se cumplirán.

En cuanto a otros asuntos más grandes e importantes, si tu propósito para ese día es sentir alegría, no deberás sintoni­zar un sólo programa en la televisión que te inquiete. Si tu propósito es que te instalen la nueva cocina sin mayor pro­blema, así se hará, a menos que cierres la válvula debido a otra cosa. Si tu propósito es terminar a tiempo la cena, obser­va lo fácil que es lograrlo.

En el caso de «quiero» más grandes e importantes, si tú trans­formas cada uno de estos «quiero» en una declaración de pro­pósito, y te permites sentir el poder que hay detrás de ello como si fuera un gran ¡sí!, te asombrarás de lo que sucede.

«ME PROPONGO cambiarme el año próximo», significa «no tengo la menor idea de cómo va suceder eso, pero sé que en­contraré la forma, porque estoy decidido a lograrlo.»

«ME PROPONGO tener una nueva relación.»    .

«ME PROPONGO aprender a bailar salsa.»

«ME PROPONGO tener una buena cuenta en el banco.»

«ME PROPONGO encontrar la felicidad en todo lo que hago.»

«ME PROPONGO hacer nuevos amigos».

«ME PROPONGO encontrar una conexión espiritual más pro­funda. «

Debes sentir la fuerza cuando hagas estas declaraciones. Siente la autoridad, la fuerza del mando, la potencia muscu­lar detrás de la energía que sale de ti. Todo debe estar com­pleto. Pero úsalo con precaución. Un propósito es una dinamo en sí mismo, del cual no se debe abusar y nunca convertirlo en un hábito ocioso.

Atrévete a querer

Sin importar si lo llamas propósito, o querer, decídete y hazlo.

Atrévete a querer. Atrévete a soñar. Atrévete a sacar del clóset tus viejos sueños, y a sacudirlos. Concédete permiso para querer; de hecho, oblígate a querer. Entonces selecciona algún pequeño e intrascendente «quie­ro» y empieza a hablar de por qué lo quieres, hasta que logres tirar de la palanca que lo convierta en sentimiento. Antes de que te des cuenta, tendrás manifestaciones físicas frente a ti, re lo puedo asegurar, y cuando eso suceda, se convertirá en la noticia de ocho columnas.

Verifica qué es lo que te gusta y lo que te disgusta de tu vida actual. Luego, sobreponte al sentimiento de culpa que te produce querer algo, y acelera el motor de ese «quiero» porque hacerlo te proporcionará el impulso necesario; eso te traerá alegría; la alegría te traerá más «quiero» y en ese momento estarás creando deliberadamente. Tú eres el inventor y el rea­lizador de todo; eres ambas cosas en una sola persona (no te preocupes por ser el ingeniero diseñador hay una inteligencia infinita dentro de ti conectada que habrá de encontrar cómo ensamblar una cosa. Ése ya no es tu trabajo).

Desde luego, persigue cosas materiales para ti mismo, pero también solicita cosas universales o intangibles tales como:

Quiero que la alegría irradie de mi corazón.

Quiero que toda mi familia se sienta contenta.

Quiero saber que siempre todo marcha bien.

Quiero tener un mayor sentido de libertad.

Quiero saber que tengo alternativas.

Me propongo buscar más opciones.

Me propongo confiar en que todo marcha bien en el mundo. Me propongo aprender a crear deliberadamente.

Me propongo aprender a manejar la energía.

Me propongo darme cuenta de mi resistencia.

Me propongo darme cuenta de mis sentimientos.

Me propongo disfrutar de la vida al máximo.

Me propongo divertirme más.

Me propongo mostrarme más entusiasta.

Me propongo tener una conexión más fuerte con mi fuente.

Lo importante es que te sobrepongas al mito de querer y hacerlo. Atrévete a querer cualquier cosa que exista en este mundo que te produzca placer, porque querer es hacerse car­go de las cosas.

Querer es crear. Querer -y manifestar en la realidad esos» quiero» – es cumplir con tu razón de ser. Y en ello se encuentra la verdadera riqueza de la vida.