Curso de autoestima 010

Curso de autoestima 10

10. Emancipación: Un Desafío

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El origen de todo sufrimiento son los apegos.

Anthony DE MELLO

Hace un par de días fui invitado a una cena en donde por cierto me la pasé muy bien. Quien me invitó es un directivo de una de las empresas en donde he dictado mis conferencias; ahí nos conocimos. Su esposa y él resultaron ser un par de excelentes anfitriones y me sentí muy a gusto platicando y cenando con ellos. Percibí que se generó, en los primeros minutos, un ambiente de gran confianza y me empezaron a comentar muchas cosas de su vida, desde cómo se conocieron, cuándo se casaron, cómo va su matrimonio, etcétera. Ya sabe, los temas que se antojan en circunstancias como ésa. Sin embargo, me llamó la atención uno en particular, aquel cuando mi anfitrión me platicó el cómo había llegado a la empresa donde hoy trabaja.

Compartió conmigo varias anécdotas de tres empresas en las que había trabajado antes, aprendí cómo muchas empresas a sus más altos ejecutivos (como fue él) los invitaban a viajar por todo el mundo, claro, no precisamente de vacaciones, sino para que cumplieran su trabajo. Obviamente se trataban de empresas transnacionales y requerían de que sus directivos viajaran con mucha frecuencia. Me comentó cómo en la última empresa en la que trabajó, le ofrecieron ser un expatriado. Cuando dijo la palabra «expatria­do» yo puse cara de como que lo estaba entendiendo, sin embar­go, no tenía ni idea a lo que se refería. Entonces, opté por pre­guntar. Le comento esto porque siento orgullo de poder hacer preguntas; lo que pasa es que mucha gente por no «quedar mal» en alguna reunión, por tener miedo a que opinen nefasto de ellos o por una dramática falta de interés en lo que comenta su interlocutor, no preguntan. Pues bien, yo sí me atreví y con humildad por aprender (aunque no me lo crea) le dije: «¿A qué te refieres con «expatriado» como puesto de una empresa?» Me explicó que así se le dice a los puestos directivos en donde la empresa les propone a esos ejecutivos que para desarrollar su trabajo no podrán tener un lugar fijo de residencia, para así poder viajar por todo el mundo, disponiendo la empresa de sus vidas Y mandándolos a vivir, por ejemplo, un par de años a Francia, luego unos meses a Bueno Aires, luego dos años y medio a Japón, etcétera. Cuando entendí el concepto de expa­triado se me figuró algo así como «nómada». Me comentó que ese tipo de ejecutivos son los que más dinero ganan en una empresa y por mucho.

Le confieso que me llamó la atención cuando me platicó que a él le ofrecieron un puesto así y estuvo a punto de acep­tarlo. Sin embargo, ¿qué pasó? -me pregunté- ¿Por qué seguía aquí en México en una empresa que no es transnacional y ganando mucho menos dinero del que le prometían en la pre­via? Cuando le hice esa pregunta me contestó tajantemente: «es que me casé y tuve a mis hijos…, ahí la vida te cambia, lo libre que te llegas a sentir de soltero y la única responsabilidad que tienes tan sólo sobre ti mismo, se transforma, por amor, en com­partir la perspectiva de vida con alguien. Ya no eres tú sólo. Fue entonces cuando mi esposa me dijo: ‘…mi amor, estando tú y yo solos te acompaño a donde quieras, pero cuando tengamos hijos, necesitamos tener un lugar fijo de residencia, es por el bien de ellos’. Fue así -comentó- que necesité decidirme por otra empresa que me diera un lugar fijo para vivir y aquí me tienes. Cambié la opción de tener un gran curriculum transna­cional y mucho más dinero, por la paz y armonía de mi fami­lia, por la oportunidad de venir a comer con mis hijos diaria­mente.» Eso fue lo que me respondió. Me dio mucho gusto ver la congruencia en su manejo de prioridades. Sin embargo, durante la plática, terció su esposa con un sutil comentario: «Mi amor, además si yo no te pongo un «hasta aquí» tu seguirías viajando y viajando y no te hubiéramos importado ni yo ni tus hijos. Desde que te conocí tal parecía que nada te ataba a ningún lado.

Ni siquiera te ataba el cariño de estar cerca de tus papás. Yo ¡sí tengo! una madre a quien querer y por quien sen­tirme querida» ¡Uf!, cuando escuché opté por hacer un comentario que disminuyera la leve tensión del momento, pero antes de que abriera, mi boquita, él se me adelantó y le contestó a su esposa: «Mira, yo también tengo progenitores, la única diferencia que hay entre tú y yo es que yo sí aprendí a emanciparme». De pron­to, él se dirigió a mí, me clavó la mirada y me hizo una pregunta (en ese momento me sentía el juez de una corte en donde se esperaba un veredicto de vida o muerte): «¿acaso no tengo razón si afirmo que gran parte de la madurez del ser humano se obtiene cuando se logra la emancipación emo­cional?».  Bueno, excuso decide qué cara tenía yo cuando después de esa preguntita (que por cierto no entendí bien) se me quedaron mirando los dos. Sonreí y luego agregué: «Pudiera ser, aunque pudiera no ser; todo depende de la referencia, el enfoque y la intención por parte de la persona, y también depende de la circunstancia y contexto en donde se tome la decisión.» ¿Qué le parece mi respuesta? ¿Le recuerda a algún político dictando un discurso? Pues sí, efectivamente no dije nada con toda esa palabrería. Aunque me dio risa que luego de que dije eso, su esposa se dirigió a él y expresó con fuerza: «¡Claro!, ya ves, tiene razón.» Ya no profundizamos en el tema y ella se fue a la cocina por algunas bebidas como muy contenta de haber «ganado el punto».

Cuando me quedé unos momentos charlando solo con su esposo, le dije: «Oye, ¿a qué te refieres con emancipación emo­cional?» Me dijo que era un término que leyó en algún libro de psicología hace muchos años y en donde se expresaba que cuando logremos la emancipación de nuestro padre y la eman­cipación del niño que llevamos dentro, empezaríamos a madu­rar como personas, empezaríamos a ser los únicos responsables de nosotros mismos. Me llamó muchísimo la atención esa reflexión y lo primero que hice al regresar a mi casa, fue buscar en el diccionario el significado de la palabra emancipación, del acto de emancipar. Encontré dos acepciones, la primera como verbo transitivo: «Librar de algún impedimento», y la segunda como verbo pronominal: «Salir de la sujeción en que se esta­ba». ¡Me encantó! Una vez que entendí la definición de eman­cipación como una actitud de liberarse, me impactó la propues­ta de emancipación emocional. Si lo tradujera podría significar: «Diga no al chantaje emocional que lo ata». Creo que eso era a lo que se refería mi amigo.

Donde la fuerza oprime, la ley se quiebra.

– MATEO ALEMÁN escritor español

¿Le ha sucedido a usted que alguna vez se siente coac­cionado en su vida por otra persona? ¿Le han chantajeado con el método del «te doy te quito, depende de ti»? ¿Alguna vez se ha sentido atado a alguien y no sabe cómo quitarse esa atadura? O peor aún, ¿Se ha sentido sujetado, amarrado, encadenado o cohibido por alguien y aunque se dé cuenta de ello prefiere no soltarse por temor a algo peor? Pues bien, si su respuesta es afirmativa sea usted bienvenido al mundo de los interminables conflictos de relación sustentados en el sufrimiento.

No piense que mi postura en este capítulo es dramática. No. Es cierta. Cuando usted se siente «obligado» a permanecer en algún lugar, cuando usted se siente ‘forzado» a estar con alguien o a permanecer con alguna postura y actitud determinada, esa «obligación» hace desaparecer toda espontaneidad y franca autenticidad de sentimientos. Así, esa falta de sinceridad empieza a distanciar a grandes amigos, separa a muchas pare­jas, aleja a varios empleados de sus jefes. Esa falta de sinceri­dad es la lógica consecuencia de perder nuestra libertad, que es inherente al género humano, al «obligamos» a actuar de deter­minada manera, y esto a su vez, resulta por la falta de una emancipación emocional.

Pienso que la falta de emancipación emocional se refleja en distintas situaciones como las que enlisto a continuación:

. Temor al «qué dirán» y así no poder ser auténticos de identidad.

. Dificultad para «salir de casa» y trabajar fuera.

. Lograr independizarse de papá o mamá (¿miedo a cre­cer?).

. Temor por trabajar en un lugar que esté lejos de «casita y papitos».

. Aprietos para dejar a ese amigo a costa de no poder seguir creciendo.

. Apuros para no disgustarse con la pareja que tanto exige.

. Impedimentos para divorciarse aun a sabiendas de que la relación ya no funciona definitivamente.

. Conflictos de pareja al no poder viajar solos sino hasta que la abuelita, suegra, u otro familiar dé su aprobación al disminuir el chantaje.

Creo que usted ya sabe a qué me refiero. Mire, todas las situaciones arriba mencionadas tienen un común denominador: impiden el crecimiento de la persona. Ésa fue la gran lección que aprendí aquella noche. Incluso hoy en día sigo consternado por esa dura lección en mi vida, y digo dura porque me ha hecho pensar no solamente en que yo sea limitado por alguien mediante mi falta de emancipación emocional, sino peor aún, a cuántas personas podré estar limitando yo mismo ahora. Le con­fieso que tan sólo de pensarlo me siento mal conmigo mismo. Sobre todo porque ya me lo han hecho ver y no lo había queri­do aceptar. Los líderes corremos este riesgo. Si nos molesta que alguien nos ponga límites a través de sus chantajes, también hay que tener mucho cuidado de no convertimos nosotros mis­mos a la vez, en un límite para el crecimiento de otra persona (¡y sin damos cuenta!).

Todo acto forzoso, se vuelve desagradable

– ARISTÓTELES filósofo griego

Pienso que con esta perspectiva se puede afirmar que resulta ser un verdadero arte el ser padre o madre. Los papás, por amor, no llegan a darse cuenta de hasta dónde hay que diri­gir Y hasta cuándo. Hace algunos días leí una frase que ahora viene a mi mente y creo que aplica muy bien con lo que estoy compartiendo con usted en este momento: «Ser padre es un arte y dejar de serio también.»

¿Hasta dónde debe llegar la autoridad bien encausada? ¿Hasta cuándo se le puede dirigir a alguien para no dañar su autoestima y autosuficiencia? Si usted tiene la respuesta, le suplico que me escriba y nos la comparta. A mí, de momento, me es muy difícil responder. De hecho, me acuerdo de una pregunta que se me quedó muy grabada en mi mente de un maestro de la escuela, nos lanzó la siguiente interrogante (a manera de broma): «¿Qué tanto es tantito?»

Por otra parte, pero en la misma línea de pensamiento que estamos estudiando en esta ocasión, podemos ir más allá y se me antoja otra pregunta: ¿La desintegración familiar no se estará viendo favorecida por la mega tendencia mundial de la globalización?  Los universitarios de hoy que deseen triunfar en su desempeño como profesionales en el siglo XXI tendrán que viajar por todo el mundo. Eso es definitivo. Eso es una mega tendencia de los mercados que ya está aquí. ¿Qué les espera a los nuevos profesionistas si no logran una emancipación emocional de sus padres, amigos, novia o patria? Conflictos es la respuesta.

Cuando un ser humano vive bajo chantaje emocional con frases como: «Te vamos a extrañar mucho, ojalá decidieras no irte…, no tienes necesidad de viajar tan lejos, aquí te apoyamos…, sin ti me muero…, no te alejes de tu familia, recuerda que la familia es lo más importante…, que hicimos mal para que te quieras ir lejos…., etcétera.» ¿Cómo cree que se va a sentir un joven así, una per­sona así? Por eso me hago la reflexión de que tal parece que la globalización tiende a desintegrar el valor unión de la familia. Sobre todo, esto afecta en la cultura de nosotros los latinos, en donde hay familias estilo «pegamento». Familias en donde les cuesta mucho trabajo distanciarse (físicamente hablando) y todos quieren vivir en una misma colonia, en la misma cuadra o en el mismo fraccionamiento. Familias, amigos o costumbres de las que no se ha logrado una sana emancipación emocional. Para la gran mayoría de las personas sensibles y románticas nos es enormemente difícil lograr la emancipación. Creo que deberíamos aprender algo de aquellas personas «frías», cen­tradas en sí mismas, aquellas a las que yo he llegado a llamar «egoístas», ya que he visto que son aquellas que no se tientan el corazón y, si les conviene y el cambio les genera un bien tan sólo a ellos, simplemente se van. Aunque también quiero pro­poner otra lección, pero ahora para ellos. Así como podríamos los sensibles aprender algo de los egoístas, también ellos podrían aprender de nosotros, los de «calidez humana», un poco de nuestra paz y alegría al experimentar el sublime sentido de pertenencia que da el amor de una familia. Es una dicha tener una familia y saberse perteneciente e importante para ella. Esa fortuna sólo la puede entender quien tiene una familia. Son lec­ciones para ambos, pero lecciones en donde queda aún la famosa interrogante: ¿Qué tanto es tantito?

Estoy seguro que detenemos un momento a pensar en nuestra dificultad para lograr emancipamos emocionalmente de algo o alguien, o para confrontamos ante la posibilidad de que nosotros mismos obstaculicemos la emancipación de otro y así limitemos su crecimiento, es un buen momento para crecer, lite­ralmente hablando.

Sé muy bien, por propia experiencia, que la separación de alguien a quien amamos es uno de los más grandes desafíos que podemos afrontar. Y más aún si esa separación es para el bien de quien amamos, para que pueda continuar su crecimiento en la lógica evolución de su ser y su quehacer. En estos momentos, como por los que estoy pasando en estos días de mi vida, no me queda más que apoyarme en una sabia frase de Robert Southey, célebre escritor británico: «No hay distancia en el espacio ni lapso en el tiempo que pueda disminuir la amistad de aquellos cuya convicción en el mutuo valor es total».

Saber que la más profunda identidad del ser humano está en su pensamiento y rebasa los límites del tiempo y el espacio de nuestra materia, saber que la fuerza de un recuerdo puede mantener la emoción del hoy, ayudándonos a soportar la nos­talgia de un distanciamiento, es una razón más para lograr con­servar nuestra. . .

¡Emoción por Existir!