Curso de autoestima 055

Curso de autoestima 55

55. He ahí el dilema

Autoestima 055- He ahi el dilema – Curso de autoestima – Podcast en iVoox

Cuanto más a menudo tome decisiones, tanto más se dará cuenta de que dispone realmente del control sobre su vida.

ANTHONY RODBINS

Conferenciante y escritor estadounidense

¿Ha sentido alguna vez que haga lo que haga la consecuencia va a ser la misma, la misma mise­rable experiencia? O permítame hacerle la pre­gunta aún más clara: ¿Ha llegado a pensar que si sigue con su pareja será una desgracia, pero que si la deja también será una desgracia? Si su res­puesta es afirmativa: ¡eso es un dilema! Como usted bien sabe, gusto mucho de apoyarme en las definiciones que da el Diccionario de la Lengua Española y esta vez no será la excepción.

Dilema significa: razonamiento en que una premisa con­tiene una alternativa y en que las demás premisas muestran que los dos casos de la alternativa im­plican la misma consecuencia. Todos hemos vivido experiencias en las que nuestra duda para actuar y tomar una decisión tajante nos inmovili­za, y terminamos por no hacer nada. Esas dudas surgen cuando ponderamos los resultados que pueden suceder a nuestras acciones y creemos que, hagamos lo que hagamos, todo va a salir mal. Así surge un dilema. ¿Qué hacer en esos ca­sos de tan tremenda y dolorosa indecisión? ¿Ha­cia dónde ir cuando todos los caminos nos llevan a una experiencia dolorosa? Interesantes pregun­tas, ¿no cree? Pues bien, mi más franca intención es compartir con usted un poderosísimo momen­to para crecer al dilucidar tales cuestionamientos. Empecemos un muy interesante estudio.

Existe una Ley Universal -de hecho así la lla­ma Santo Tomás de Aquino- conforme a la cual el ser humano siempre tiende al bien y a huir del mal. Ésa es la premisa ultra básica de nuestro es­tudio: el ser humano siempre tiende al placer y a alejarse del dolor. Siempre queremos sentimos bien, hagamos lo que hagamos, y nadie quiere sufrir. Ésa es una auténtica Ley Universal. Eso nos debe quedar muy claro. Incluso, nuestro ce­rebro está tan «anclado» en esas experiencias que, automáticamente (inconscientemente), nos lleva a realizar actos que nos generan placer y nos ayuda a eludir comportamientos que nos produzcan dolor.

Un ejemplo: el típico caso de una persona que decide iniciar una dieta para bajar de peso. Al principio todo va muy bien y «toleran­do» su dieta come tan sólo lo que debe, ingiere mucha agua, saborea sus ricas verduritas, todo ello por abrigar la esperanza de obtener una ima­gen «muy agradable» y poder entrar en esos pan­talones que hace años no salen a la luz. Esa imagen futurista es tan «placentera» a la persona, que es la que le ayuda a mantener la dieta. Sin embargo, después de un tiempo razonable, a la mayoría nos grita nuestro cerebro: «¡ya, por Dios!, no aguantamos más, ¡urge que comas esa torta de tres quesos y también esa cubana en este mismo instante! ¡Hazlo ya…!» En ese momento se acabó el encanto de la dieta. Lo que sucedió es que nuestro cerebro siempre actúa a favor de no­sotros mismos’. Por ello, mientras dábamos cabi­da en nuestra mente a esa placentera imagen de nuestra delgada cintura y esbelto cuerpo, nos ayudaba a mantener la dieta; sin embargo, luego resulta terriblemente doloroso no consumir esos antojos (recuerde nuestra tendencia natural a huir del dolor), y nuestro cerebro nos ayuda mostrán­donos otra fuente de placer: ¡comer el antojo! A fin de cuentas, resultó más placentera la expe­riencia de sentir el gran bolo alimenticio de la torta en nuestra boca, que la esbelta imagen en nuestra mente. Ambos son dos placeres, salvo que el segundo empezó a generar un dolor alterno.­

Fue ahí cuando nuestro cerebro entró en ac­ción y nos invitó a «hacer un paréntesis» en la dieta. Así funciona nuestro cerebro: placer-dolor, los dos grandes titanes que gobiernan la conducta humana. Si le ha quedado claro cómo funciona nuestro modelo mental para decidir, entonces hay que hacer uso «consciente» de ese poder para mejorar la calidad de nuestras vidas en cuanto tomamos una decisión para actuar.

De esa manera el dolor puede llegar a ser un buen aliado nuestro. Basta que sepamos «apalancamos» en esa sensación dolorosa y ésta nos ayu­dará a «actuar» haciendo algo para salir de ella, tan sólo necesitamos experimentar «el suficiente» grado de dolor (límite umbral, dirían los fisiólo­gos) para que se despierte en nosotros la podero­sísima fuerza de actuar en consecuencia de nuestra decisión por mejorar. Entonces, ¿acaso debemos esperar a sentir ese profundo dolor, en esa magnitud, para actuar? Pues le tengo buenas noticias: ¡no necesariamente! No necesitamos experimentar un momento de gran dolor para cambiar, sino que podemos hacer uso de nuestra imaginación y lanzamos a experimentar el futuro mientras vivimos en el presente.

Ésta es una de las herramientas más poderosas que he podido aprender con la Programación Neurolingüística (PNL). De hecho, varios terapeutas solemos hacer uso de esta fantástica herramienta de superación, a la que hemos llamado la «Técnica del Patrón Dickens», la cual consiste en imaginar una situa­ción que puede sucedemos en el futuro, pero con tal fuerza, claridad e intensidad, que terminemos por experimentar en nuestro presente (mientras imaginamos) el profundo dolor de un futuro (pe­ro sin que éste suceda realmente en tiempo pre­sente). Es así cuando podemos tener la fuerza para cambiar y evitamos el dolor «real». Le garantizo que la técnica que acabo de com­partir con usted tiene un efecto muy poderoso en la vida de un ser humano, a tal grado que una persona puede actuar inmediatamente para mejo­rar, huyendo del dolor, literalmente.

Esta herra­mienta es consecuencia de un condicionamiento neuro asociativo (es decir, un reflejo producido como resultado de asociar una experiencia con otra, como un accidente con el dolor); Charles Dickens, el célebre escritor inglés, nos lo mues­tra de manera magistral en su famosa obra Can­ción de Navidad. ¿Ha leído esa obra o ha visto su puesta en escena? Es la historia de un viejo usu­rero y amargado, el señor Scrooge, quien cobra­ba todos los impuestos de los habitantes de una aldea. Nadie lo quería pero a él no le importaba eso porque él. Tampoco quería a nadie y, de he­cho, le parecían cursilerías todo lo relacionado con el espíritu navideño.

El señor Scrooge tenía un fiel ayudante, quien le llevaba puntualmente las cuentas de sus grandes fortunas y de la recau­dación de impuestos. Este ayudante era muy po­bre y apenas ganaba el dinero suficiente para vivir. En una ocasión ‘le pidió permiso para tomarse­ dos días de vacaciones con motivo de la Navidad, a lo que le respondió el señor Scrooge que con gusto se los daba, pero que se los des­contaría de su sueldo. Nuestro pobre ayudante aceptó y fue con su familia. Ahí la escena es con­movedora. Llega a su casa y tiene a su hijo enfer­mo de gravedad, sin poderlo atender por falta de dinero, además de que su esposa estaba afligida porque no tenían casi nada para comer en la im­portante cena de Navidad. Existía una gran ca­rencia y dolor por todos lados. Recuerdo algunas escenas en donde se sientan a comer y tienen que compartir una alubia para todos (¿se imagina partiendo rebanadas de un fríjol?).

En fin, la obra sigue y luego se enfoca en la escena de la casa del señor Scrooge. Ahí hay abundancia, muchos alimentos, lujos, dinero y todo lo que cualquier mortal pudiera anhelar económicamente. Lo único malo es que está solo, profundamente solo. Así, el señor Scrooge se va a dormir en plena no­che de Navidad, y empieza a soñar: se le aparece un antiguo socio de sus negocios, ya fallecido; era igual que él, engreído, hostil, tacaño, etcétera. Lo observa y reconoce inmediatamente, sólo que se da cuenta de que su socio iba vestido con ropa muy desgastada y sucia, iba amarrado con cade­nas y grilletes, con signos de laceración y golpes en su cara. Eso llega a asustar al señor Scrooge y le pregunta: ¿Qué te ha pasado, socio?, ¿por qué estás así…?» A lo que el socio le responde:…Scrooge, he venido a salvar tu alma. Tuve la oportunidad de salir un momento del Infierno, al que llegué por merecérmelo. Scrooge, tú que tie­nes la suerte de estar vivo todavía, ¡recapacita! Tú y yo tratamos muy mal a la gente, la humilla­mos y explotamos a los pobres, ¡obsérvame!, yo soy tu destino. Ambos nos merecemos el Infierno y sufrir por toda la eternidad. Scrooge, soy tu amigo y te quiero, por eso he venido en tu sueño a advertirte que tú todavía puedes cambiar y sal­varte de vivir lo que yo estoy viviendo. Sal ahora de tu cama y ve en ayuda de tu fiel empleado.

En ese momento, el señor Scrooge despertó de su pesadilla y empezó a gritarle a su socio que vol­viera. Estaba muy espantado, se imaginó a sí mismo sufriendo la desdichada suerte de su socio y el impacto lo despertó. El miedo y dolor ante ese futuro hicieron que Scrooge recapacitara. En ese momento, cerca de la medianoche, se puso su saco, tomó dos o tres pavos congelados que tenía en su cocina, alcanzó una bolsa llena de dinero y salió a la calle, con ansia se dirigió a la casa de su pobre empleado. Al ir caminando todo mundo lo señalaba, todos extrañados de que el señor Scrooge saliera de su casa y empezara a regalar dinero a quien se encontrara, deseándole una fe­liz Navidad. Cuando llegó a la casa de su em­pleado, observó a través de una ventana y le constriñó ver cómo toda la familia compartía una sola semilla para cenar. Entonces, tocó la puerta. Le abrió su ayudante y los ojos de admiración y sorpresa por parte de la familia fueron enormes.

«¡Señor Scrooge!, exclamó su ayudante, qué ho­nor que nos visite en esta su humilde casa, pase por favor. Así fue como entró Scrooge, lleván­doles pavo para cenar y dándole a su empleado todo el dinero necesario para que su hijo Tim pu­diera ser atendido por los mejores especialistas, salvándolo de quedarse paralítico. Así logró cambiar tan drásticamente el señor Scrooge.

¿Qué le parece la historia? Como ve, el señor Scrooge no necesitó llegar al Infierno para cam­biar, bastó con imaginarse ahí, con tal claridad como si ya estl1viera sufriendo ese dolor, para que de inmediato cambiara su vida. Se «apalan­có» en su dolor imaginario y logró actuar en ese mismo momento para mejorar su calidad de vida. Ésta es la razón por la que se le llama «Patrón Dickens» a esta extraordinaria manera de visuali­zarse y así lograr cambiar.

Muchas veces, para lograr cambiar tan sólo se requiere de un relámpago de claridad y no de años de meditación.

ANTHONY RODBINS

Conferenciante y escritor estadounidense

Lo invito a que viva un auténtico momento para crecer evitando la «dañina pasividad» en la que mucha gente cae ante un dilema. Reflexione y verá que, si logra visualizar su futuro con una gran claridad, todo dilema desaparece y siempre habrá una opción mejor que otra. Incluso, siem­pre habrá una opción menos dolorosa que otra. Cuando lo tenga claro, ¡es cuando podrá actuar!

Creo que el origen de todo dilema es no ver con claridad las opciones y confundimos, al creer que nos llevarán a la misma desdicha todos los cami­nos que podamos recorrer. Eso no es cierto. Siempre hay una mejor opción.

Pregúntese muy seriamente con la forma de ser que usted tiene este día, con la manera como trata a los demás hoy, con ese carácter que tiene y con los rasgos de su personalidad actual, ¿a dónde va a llegar en los siguientes dos- años? Imagine profundamente cómo serán sus finanzas dentro de los próximos dos años, si sigue hacien­do lo que hasta hoy ha hecho. Piense cómo será su vida en los siguientes dos años si sigue tratan­do así a la gente. Ahora vamos más allá aún. Imagínese dentro de cinco años. Incluso, piense en cómo será su calidad de vida dentro de los próximos diez años. ¡Imagínese! Sienta cómo se­rá su cuerpo si sigue comiendo como hoy lo está haciendo. Cuando usted sea viejo, muy viejo, imagine si estará rodeado de sus familiares o…, si estos mismos serán los que precisamente estarán enviándolo a un asilo. Imagine sus finanzas, su vida de pareja, su cuerpo… imagine.

Si en la dinámica anterior no le gustó del todo su futuro, si no le agradó cómo se ve su porvenir, ¡pues le tengo una formidable noticia! ¡nada de lo que se imaginó ha sucedido aún! Todo depen­de de lo que usted haga «hoy». Si no le gusta có­mo se visualizó, si no le agrada su futuro compartiéndolo con esa pareja, si se imaginó en plena desdicha y con la sana reflexión de «darse cuenta» de que todo eso todavía no ha sucedido logra cambiar en ese mismo instante, tiene otra razón, y muy poderosa, para conservar su… ¡Emoción por existir!

Imagine y no habrá dilema…