Curso de autoestima 027

Curso de autoestima 27

27. Pensándolo Bien en un Momento de Soledad

https://go.ivoox.com/rf/115772808

“Aquello que somos en nuestro interior, aquello en lo que continuamente pensamos, finalmente se evidenciará en nuestras palabras, nuestras acciones e incluso, nuestra expresión”
-Linda Dillow

En el silencio de mi habitación, en una noche en la que encontré un momento de soledad, decidí escribirte. ¡Cuántas cosas vienen a la mente cuando uno escribe! Me di cuenta de que tengo necesidad de confesarte algunas cosas que me pesan profundamente y que sólo tú me puedes escuchar. Aunque me duele confesar mi verdad, ha llegado el momento de abrir­me. No había podido antes, o pensándolo bien, no había queri­do antes.

No había tenido un momento de soledad como hoy en donde me confrontaras tanto, tu silencio y gran atención me obligaron a hablar. Amigo, no había pensado que realmente podía comunicarme contigo, mucho menos merecer tu amis­tad. La verdad, siempre consideré que contigo nunca iba a poder hacer negocios, tu charla me parecía intrascendente, sentía que iba a perder mi tiempo sin sentido. Sé que me bus­caste más de una vez, que querías que te escuchara, y que era por mi propio bien, que necesitabas ofrecerme tu comprensión y consuelo, pero la verdad, sólo me dediqué a aquellos que me dejaban dinero. Ahora entiendo qué importante es tener ami­gos en la virtud y no sólo socios en la utilidad; ahora sé que la amistad es una obra maestra hecha a dúo y que es expresión divina del amor. Pensándolo bien, te confieso que me siento solo, como nunca antes; he comprendido que nada más lo barato se compra con dinero, que un verdadero amigo vale tanto que no tiene precio.

Pensándolo bien, no me di la oportunidad para amar a mis padres, aquellos ancianos que dieron la vida por mí: aquel viejo que puso todo su esfuerzo para hacerme un hombre de bien, siempre diciéndome «tú puedes» y aquella mujer que forjó mi alma con su ternura y paciencia, que cuidó de mí hasta sus últimos días y que siempre me brindó su más autén­tico apoyo y capacidad de perdón. ¡Cuántas cosas me to­leraron! pude haberles dado más de mi tiempo en su vejez. En un momento de soledad como hoy, te confieso que los extraño mucho.

Pensándolo bien, no conviví lo suficiente con mi her­mano, y es que guardábamos tantos rencores y diferencias. Pensándolo bien, me parece increíble que fuimos concebidos en el mismo vientre y las mismas manos curaron nuestras heri­das y durante años nos sentamos a la misma mesa. Sé que me necesitaba, pero nunca pude conquistarlo como amigo, o pen­sándolo bien, nunca quise realmente. En un momento de soledad como hoy, te confieso que pudimos haber sido entrañables compañeros, que también lo extraño.

Pensándolo bien, no tuve tiempo para amar a mi pareja, cuya mayor manifestación de apoyo fue brindarme su juven­tud y haber creído en mis sueños, haciéndolos suyos y arries­gándose conmigo. Creo que no pude darle la felicidad que amistad es una obra maestra hecha a dúo y que es expresión divina del amor. Pensándolo bien, te confieso que me siento solo, como nunca antes; he comprendido que nada más lo barato se compra con dinero, que un verdadero amigo vale tanto que no tiene precio.

Pensándolo bien, no me di la oportunidad para amar a mis padres, aquellos ancianos que dieron la vida por mí: aquel viejo que puso todo su esfuerzo para hacerme un hombre de bien, siempre diciéndome «tú puedes» y aquella mujer que forjó mi alma con su ternura y paciencia, que cuidó de mí hasta sus últimos días y que siempre me brindó su más autén­tico apoyo y capacidad de perdón. ¡Cuántas cosas me to­leraron! pude haberles dado más de mi tiempo en su vejez. En un momento de soledad como hoy, te confieso que los extraño mucho.

Pensándolo bien, no conviví lo suficiente con mi her­mano, y es que guardábamos tantos rencores y diferencias. Pensándolo bien, me parece increíble que fuimos concebidos en el mismo vientre y las mismas manos curaron nuestras heri­das y durante años nos sentamos a la misma mesa. Sé que me necesitaba, pero nunca pude conquistarlo como amigo, o pensándalo bien, nunca quise realmente. En un momento de soledad como hoy, te confieso que pudimos haber sido entrañables compañeros, que también lo extraño.

Pensándolo bien, no tuve tiempo para amar a mi pareja, cuya mayor manifestación de apoyo fue brindarme su juven­tud y haber creído en mis sueños, haciéndolos suyos y arries­gándose conmigo. Creo que no pude darle la felicidad que esperaba cuando se unió a mí. En mi soledad, te confieso que me duele darme cuenta de tantas humillaciones y desprecios que sufrió por mi trato. Pensé que nunca iba a comprender mi lucha y realización. En este momento de soledad, sé que su silencio fue presencia y compañía, fue paciencia y fe en mí. A mi pareja, parte de mi aventura diaria de vivir, creo que la olvidé en el camino… nunca aprendí a valorar.

Pensándolo bien, no me di tiempo para amar a mis hijos. Estuve siempre atareado en mis cosas, ocupaciones tan impor­tantes como el trabajo diario, los negocios, la empresa, mis inversiones, las inamovibles reuniones con mis amigos de antaño, y muchas otras ocupaciones que los pequeños no entienden. Les debo las caricias que siembran la generosidad en el corazón de los niños, pero hoy que se las quiero brin­dar, me rechazan sutilmente. Les debo el escucharles para que sientan la dulzura de la compañía, el patear un balón para que aprendan a dar espacio a la alegría, una sonrisa para que sepan reír a la vida, les debo tantos diálogos para que creciera en ellos la confianza.

Pensándolo bien, no tuve tiempo de verlos crecer, y es que yo siempre justifiqué mi ausencia por su bien; tenía tanto tra­bajo que no pude forjarlos para una vida superior. Pero, qué sabían ellos, a veces qué dura es la realidad…, qué equivocado estaba. Me preocupé por darles todo, que no les faltara nada, pero así olvidé formarles un corazón que tuviera ideales y un carácter para que creyeran en sí mismos.

En un momento de soledad como hoy, todavía recuerdo sus caritas de niños y sus miradas suplicándome un beso de ternura, pero yo creía que no tenía tiempo para cursilerías; todavía recuerdo cómo me admiraban cuando niños, pero nunca pude decirles que en ver­dad no había mucho que admirar; luego, al adolescente lo marginé y me negué a dialogar con él, sin comprender su lógi­co crecimiento, siempre lo regañé cuando no me daba gusto en lo que yo quería, sólo lo dejaba en paz cuando hacía lo que le ordenaba, negándome así a encontrarle un destino propio, un destino alto y noble, sin poder apoyarlo en su propia reali­zación. No tuve más que críticas y sermones severos con mis lecciones autobiográficas, que solamente me alejaron de él. Nunca entendí que cuando me pedía dinero, no sólo quería efectivo, sino que buscaba seguridad y una fuente para poder compartir y conocer la generosidad con sus amigos. Siempre le pregunté: «¿y para qué quieres tanto?» Hoy sé que perdí una gran oportunidad para demostrarle mi apoyo. En un momen­to de soledad como hoy, cuando recuerdo haberle alzado la voz diciéndole: «Mientras vivas bajo este techo…», he llegado a comprender por qué prefirió irse a vivir bajo otro techo.

Pensándolo bien, en un momento de soledad, me pregun­to: ¿Qué he hecho con mi vida y con la de mis seres queridos?

Pensándolo bien, quiero y necesito pedir perdón:

* A mi amigo querido y olvidado

* A mis padres, viejos lindos y abandonados

* A mi hermano, lazo de sangre, hoy derramada

* A mi pareja, parte de mí que no valoré

* A mis hijos, tiempo que no ha de volver

A Ti, mi Dios, quien en un momento de soledad como hoy, me ha querido escuchar, te suplico que me acompañes y que me des un poco más de tiempo en mi vejez. Te pido que me hagas comprender que el tiempo no regresa y que nuestra vida es lo más valioso que podemos compartir con los seres que amamos y nos aman. En un momento de soledad como hoy, entendí que no es lo mismo vivir que estar vivo. Pensándolo bien, me arrepiento porque creo que no supe tomar la oportunidad diaria que nos das para amar.

¿No será tarde para aprender a vivir? Con toda mi alma espero que no, y que los días que me des la dicha de seguir aquí, sean sufi­cientes para aprender la divina lección que nos brindas, la oportunidad de amar y ser amado.